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JUEVES SANTO

Semana Santa en tiempos de coronavirus: ¿Qué se celebra el Jueves Santo?

Esta Semana Santa es especial en el mundo entero. Afortunadamente las comunicaciones hoy nos permiten acercarnos para vivirla con profundidad, fe y esperanza.

Jueves Santo. Fuente: Twitter

SALTA.- (Por Carolina Mena Saravia para Voces Críticas) Llegamos a un Jueves Santo muy especial, un Jueves Santo donde la pandemia del coronavirus encuentra a los fieles en el más absoluto aislamiento, situación que potencia aún más el verdadero significado de esta Semana Santa y las profundas raíces que funden en nuestro interior.

Pero ¿cuál es el verdadero significado del Jueves Santo? La liturgia de este día tan especial nos sume en el respeto, en el silencio, en los pensamientos de la noche antes a que Jesús fuera entregado para recibir la muerte y muerte de cruz. Un preámbulo a la Pasión que se materializará el Viernes Santo.

“La víspera de la fiesta solemne de la Pascua, sabiendo Jesús que era llegada la hora de su tránsito de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que vivían en el mundo, los amó hasta el fin. Este versículo de San Juan anuncia, al lector de su Evangelio, que algo grande ocurrirá en ese día. Es un preámbulo tiernamente afectuoso, paralelo al que recoge en su relato San Lucas: ardientemente, afirma el Señor, he deseado comer este cordero, celebrar esta Pascua con vosotros, antes de mi Pasión”, afirma san Josemaría Escrivá de Balaguer en “Es Cristo que pasa”, una recopilación de 18 homilías pronunciadas por él entre 1951 y 1971.

El Jueves Santo es el día en que Jesús come por última vez con los apóstoles, consciente a grado extremo de que Judas Iscariote sería quien lo entregaría, al punto que el relato del Evangelio de San Juan 13, en los versículos del 1 al 15, así lo consigna: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido…”. 

Es el mismo Jesús el que pone por delante la vocación de servicio que existe en la Iglesia, y es él mismo quien esa noche se convierte en sacramento permanente, el vino y el pan mutados en su Cuerpo y su Sangre, lo que se conoce como “transubstanciación”, a la espera de su segunda venida. Esto es el milagro de la Eucaristía, el milagro del Jueves Santo, el milagro de la santa misa.

Recordemos la epístola del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos, cuyo mensaje medular es tan profundamente emotivo como certero teológicamente: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: ‘Jesucristo es el Señor’”.

Ya se aproxima el Viernes Santo, la confusión y el abandono de los apóstoles en el Huerto de los Olivos, las tres negaciones del apóstol san Pedro, las burlas, las afrentas, los latigazos, la coronación de espinas y la muerte en la cruz. El día más aciago, el de los sufrimientos.

 

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