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Martín Miguel de Güemes: cuando la tierra salteña late la gloria del héroe gaucho

Junio en Salta es Güemes, su figura crece al compás de los años; ya era grande durante las guerras de la independencia, y en la actualidad el prócer salteño es patrimonio provincial

Monumento a Güemes
miércoles 17 de junio de 2020

SALTA.- (Por Carolina Mena Saravia) Un 17 de junio de 1821 culminó la existencia de Martín Miguel de Güemes, el héroe gaucho, el paladín salteño que supo ganarse el fervor de sus gauchos y de todo un pueblo. Hoy, con justicia, la patria entera lo recuerda con un feriado nacional, desempolvando la telaraña del olvido para resaltar el coraje y el tesón con que defendió las fronteras norte de nuestra patria niña.

En efecto, el destino de las guerras de la independencia hubiera sido otro sin la figura del general Güemes. El escenario de la Quebrada de la Horqueta se cubre de luto. A solo 36 kilómetros de Salta, en el aire de esa noche infausta de 1821 podía sentirse el pestilente hedor de la muerte. Rodeado de sus más fieles partidarios, sus gauchos, se desangraba en el campo como consecuencia de una herida propinada por el enemigo realista, en el zanjón de Tineo, diez días atrás, un 7 de junio.

El asalto a la ciudad de Salta en horas de la noche por parte del coronel José María Valdez, alias Barbarucho, tomó por sorpresa a Martín Miguel de Güemes que se encontraba por esas horas en casa de su hermana María Magdalena Dámasa Güemes, Macacha, a quien lo unía un entrañable lazo de patriotismo y amor fraternal.

Los tiempos finales de la vida del héroe gaucho no fueron precisamente tranquilos, en realidad su existencia tampoco lo fue. El compromiso con que cargó sobre sus hombros la independencia argentina lo llevó a morir en su ley.

A principios del fatídico año de 1821 acude al pedido de asistencia por parte del gobernador de Santiago del Estero, Juan Felipe Ibarra, invadiendo Tucumán para lograr el rescate de armas en pos de acompañar al general San Martín en su desembarco en Lima y avanzar rumbo al Alto Perú. La tarea no iba a resultar fácil. El ejército de Güemes, Ibarra y Alejandro Heredia fue derrotado por Bernabé Aráoz en la batalla del Rincón de Mancopa, el 3 de abril de 1821.

A este acontecimiento se sumó la votación por parte del Cabildo de su destitución como gobernador intendente de Salta, el 24 de mayo de ese mismo año, proponiendo a Saturnino Saravia en su reemplazo y a José Antonio Fernández Cornejo como comandante general de armas.

Güemes entonces volvió sobre sus pasos, decidido a sofocar la rebelión, arribando a la ciudad de Salta el 31 de mayo con una fuerza de seiscientos hombres. Siguió la ruta que siguiera Belgrano, que desemboca en la quebrada de Chachapoyas, apareciendo por el norte en el campo de Castañares, mientras que los revolucionarios se ubicaron en el campo de la Cruz. Por extraña coincidencia se trataba del mismo escenario donde habían confrontado las fuerzas de Belgrano y Tristán. La denominación de ‘La Cruz’ se debió a que se hiciera colocar en aquel lugar una cruz de madera en homenaje a los caídos en la Batalla de Salta”, con este pasaje el historiador Ricardo Mena-Martínez Castro refiere la negativa del general Güemes a reconocer la decisión del Cabildo.

Así se perfilaba el ocaso de nuestro prócer salteño. Fiel a sus principios coronó una vida de luchas, sacrificios, pasiones, amores y lealtades, matizadas de traiciones, deslealtades, desamores… en fin, gajes de la existencia misma.

Un capítulo aparte merece la explicación del sentir más profundo de un gaucho, lejos, muy lejos del sentido peyorativo que muchas veces se le atribuye. Aquel hombre es el que con lealtad y admiración acompañó a Martín Miguel de Güemes. El ascendiente que sobre él ejercía el héroe salteño no tiene explicación alguna; el origen tal vez deba rastrearse en la idiosincrasia propia del hijo de nuestra tierra.

La cercanía de los humildes hijos de la tierra con el patrón de estancia ejercía esa simbiosis de lealtad y admiración, que en el caso de Güemes alcanza su máxima expresión. Una especie de hipnotismo reverencial los guiaba a obedecer sus órdenes al punto de morir, si fuera necesario, en cumplimiento de su deber, munidos solo del rudo machete, en el mejor de los casos acompañados por un modesto rifle.

El uniforme no engalanaba sus cuerpos, solo vestían un poncho, guardamontes y peto de cuero eran todo el lujo con que enfrentaban las más duras batallas. Matar o morir eran sus consignas, la rudeza del carácter y una rústica disciplina a prueba de todo hacían el resto.

Como en el caso de las figuras insignes cuyo destino es el recuerdo “ad aeternum”, las evocaciones de la vida y obra de Martín Miguel Juan de Mata Güemes Montero de Goyechea y la Corte jamás se agotan. El destino del bronce inmortaliza su memoria y los trazos de tinta que repasan su vida, obra y legado permanecen húmedos como un enérgico recuerdo del ayer, en el cual supo conquistar el peldaño más alto de la gloria salteña, por los siglos de los siglos.

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