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POR ABEL CORNEJO PARA VOCES CRÍTICAS

ANÉCDOTAS DE LA BATALLA DEL 20 DE FEBRERO

Batalla de Salta. Fuente: Twitter
viernes 19 de febrero de 2021

SALTA (Por Abel Cornejo para Voces Críticas) La lectura de un buen libro de historia, a menudo resulta esclarecedora de muchas cosas. Es lo que sucede cuando se campean las líneas escritas con inteligencia por Alejandro M. Rabinovich en “Anatomía del Pánico – La Batalla de Huaqui o la Derrota de la Revolución” ¿Qué tiene que ver el llamado Desastre de Huaqui con la Batalla de Salta, o con la ulterior derrota de Sipe Sipe o Viluma?. Mucho. En los tres casos, la suerte de la Revolución de Mayo o de la Independencia Argentina pudo haber sido otra y no demorarse once años, como a la postre sucedió, casi por un hecho fortuito. Dado que sobre el final, esa suerte de guerra civil entre españoles librada en la Batalla de Tumusla puso fin al dominio español en Sudamérica. En realidad todo pudo haber terminado mucho antes. Dos derrotas como Huaqui y Sipe Sipe y un triunfo resonante como Salta, pudieron haber cambiado definitivamente la historia patria en su momento.

El destacado historiador tucumano Carlos Páez de la Torre, es probablemente uno de los que mejores reseñó las Batallas de Tucumán y Salta. En ambos casos, describió con maestría todos los sucedáneos bélicos ocurridos en sendos campos de batalla. Uno de ellos es que Bernabé Aráoz, fue quien convenció a Belgrano de no seguir viaje a Córdoba y presentar batalla en Tucumán. Más de doscientos años después, surgen otros interrogantes aún no develados. Allende lo sucedido en el teatro de operaciones. Por ejemplo. La historiografía española, hasta la fecha, no considera a la épica Batalla de Tucumán como una derrota, sino como un inexplicable retiro ordenado por Pío Tristán. Al día de hoy, los españoles tampoco se pusieron de acuerdo porqué el mariscal José Manuel de Goyeneche, arequipeño como Tristán, quien era el jefe del Ejército Real del Perú, delegó el mando de la tropa en éste y lo comisionó a combatir. La orden del Virrey del Perú, es que avanzara Goyeneche y no Tristán. No la cumplió y nunca se supo a qué se debió esa histórica desobediencia.

Este episodio puso fin a la cordial relación que existía entre el virrey del Perú, don Fernando de Abascal, marqués de la Concordia, y Goyeneche, quien a la sazón, era pretendiente de su hija. La derrota de Salta, implicó que Goyeneche se volviese a España. No obstante lo cual, ese egipán asinino con alma de vulpeja que era Fernando VII, lo hizo Conde de Guaquí -tal la pronunciación española- cuando Goyeneche compareció ante la Corte de Madrid, ante estupor incluso de los propios nobles. Nadie entendió como un desobediente que causó una derrota fuera condecorado con un título de nobleza. Tristán, por su parte, fue designado Virrey interino del Perú, luego de que capitulara el mariscal José de La Serna y posteriormente se convirtió en ferviente republicano, en favor de la independencia peruana. Otro dato que debe aclararse es que, pese a que se dispensaban trato de primos, Goyeneche y Tristán no eran parientes. Ese error histórico también se reiteró hasta el presente. El autor de estas líneas pudo comprobar fehacientemente esta aseveración.

Pero el triunfo de Salta, arrollador y definitivo se paralizó luego de que la bonhomía y caballerosidad de Manuel Belgrano cayeran en saco todo ante la perfidia y mala fe de Pío Tristán. Circunstancia que fue particularmente criticada por dos combatientes del triunfo del 20 de febrero, como José María Paz y Eustaquio Díaz Vélez. Ambos coincidieron en que Belgrano no debió haber impuesto las famosas capitulaciones a Tristán, quien cual perjuro, no sólo incumplió, sino que se burló de ellas ¿En qué consistían? En que los españoles que se rindieron no volverían a tomar sus armas en contra de la Patria, lo que significó que el Ejército Auxiliar del Perú, tal era el nombre de la fuerza Patria se detuviera, se apostase largos meses como sucedió luego del triunfo de Suipacha en 1811 y se perdiera un tiempo valiosísimo que hubiera aparejado prácticamente el desalojo definitivo de los españoles del viejo territorio del virreinato del Río de la Plata que llegaba hasta las márgenes del río Desaguadero, actual límite internacional entre Bolivia y Perú. Paz y Díaz Vélez sostenían que todos los españoles debieron haber sido tomados prisioneros y sólo liberarlos, cuando el Virrey del Perú reconociera la independencia de las Provincias Unidas.

Otro olvido histórico es la acción desplegada heroicamente por Martina Silva, a quien Belgrano posteriormente distinguió como capitana de los ejércitos de la Patria. La Batalla de Salta fue particularmente cruenta y al igual que la de Tucumán se trasladó desde el Campo de la Cruz (antes llamado Campo de las Carretas y luego bautizado por Belgrano como Campo el Honor) hasta el centro de la ciudad. Al punto que los españoles se acantonaron en la vieja torre de la antigua Iglesia de los Monjes Mercedarios, que fue destruida por el terremoto de 1844. Desde allí hicieron flamear la bandera blanca para deponer armas. Martina Silva había formado un pequeño escuadrón de caballería, llamado de los Ponchos Azules, que provocó la capitulación española en las Lomas de Medeiros. Fue el último episodio de una larga jornada de lucha. Sinla acción de Martina Silva, el resultado final pudo haber sido incierto. Cosas del destino.

Un episodio singular, la tuvo como protagonista a Juana Moro, quien con fervor patriota sedujo al Marqués de Yavi, don Juán José Feliciano Fernández Campero, y lo hizo defeccionar en plena batalla del bando realista al ejército patrio. Este episodio despertó tal ira en los españoles que tres años después cuando fuera capturado en su propia hacienda en Jujuy, fue sometido a crueles tormentos y murió engrillado en Kingston, Jamaica, cuando era llevado a España para ser juzgado. Fernández Campero, al momento de ser apresado, era uno de los jefes de la División Infernal de Gauchos de Línea, popularmente conocida como Los Infernales, que había creado Martín Miguel de Güemes, el 12 de septiembre de 1815.

Y una última anécdota. Como la Iglesia Matriz, fungía como templo catedral estaba repleta de muertos y heridos, el 21 de febero Belgrano hizo celebrar un Te Deum en la actual basílica menor de San Francisco. Al terminar la ceremonia, pronunció la célebre frase: ni vencedores ni vencidos y luego firmó las capitulaciones. Allí debió haber sospechado de Tristán, porque el jefe español no compareció personalmente, sino que envió a un edecán. Belgrano bautizó a la antigua calle de Yocci, como calle de la Victoria, ese mismo día. A principios del Siglo XX, esa calle de la Victoria trocó su nombre nada menos que en calle España. Alguna vez, en honor al creador de la bandera, esa arteria principal y distintiva de la ciudad de Salta, debería recuperar su nombre en honor al heroico vencedor de la Batalla de Salta. Historiadores de fuste, como Bernardo Frías y Atilio Cornejo, así lo reclamaron antaño y cuánta razón tenían.

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