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EL SANTO DEL DÍA

San Isidro Labrador: el santo que trabajaba con los ángeles

Sus restos incorruptos se encuentran en una urna tallada con escenas de sus milagros

San Isidro Labrador: el santo que trabajaba con los ángeles

San Isidro Labrador es uno de los santos más queridos y venerados en todo el mundo. Su vida fue materia tratada por autores de la talla de Lope de Vega, Gerónimo de la Quintana, Juan de Ferreras y muchos más. Pero ¿quién fue aquel santo que araba con los ángeles y sus milagros asombraban a la escasa población de Madrid en tiempos medievales?

Una vida de oración dedicada a las labores rurales signadas por la entrega a Dios son algunas de las características que encumbran a san Isidro Labrador. Como sucede también con otros referentes de la fe católica, el perfume a santidad podía sentirse aún en vida de este humilde labriego.

Los orígenes de san Isidro Labrador se remontan al año 1082, cuando nace en las cercanías de un Madrid dominado por los árabes, cuando la región era conocida con el nombre de Al-Ándalus, impuesto a la península ibérica. Resulta indispensable situar a nuestro santo en esta época histórica, ya que lo llevó a establecer una suerte de sincretismo entre la fe católica y las creencias árabes. Lo que sucedía en el plano geográfico era de algún modo también plasmado maravillosamente por el santo de las lluvias, la tierra, los animales y el ganado.

El poeta del Siglo de Oro español Lope de Vega Carpio relata en su obra “San Isidro de Madrid” que sus padres se llamaban Pedro e Inés, y sitúa la vida del entonces futuro santo en el arrabal de San Andrés, de la denominada villa de Madrid. Las tierras de labranza de la familia de Isidro eran de propiedad de don Juan de Vargas, dueño de un inmenso terruño en Toledo, Jarama, Manzanares y alrededores.

Fue en estas tierras y trabajando bajo la protección de la familia Vargas donde sucede uno de los milagros consignados en las actas de canonización, y algunos que se encuentran en el Códice de San Isidro, escrito en latín alrededor de 1275.

Contrae matrimonio en Torrelaguna, una vida madrileña, con una moza llamada María Toribia, a quien posteriormente se conoce con el nombre de santa María de la Cabeza, porque esa es la única parte que se conserva de su cuerpo, venerada en la actualidad como reliquia. De esta unión nació un solo hijo, Illán, posteriormente también declarado santo.

Diario sagrado de san Isidro Labrador de mediados del siglo XVII

 

Vida entre ángeles y milagros

San Isidro Labrador gustaba recorrer las iglesias existentes en ese momento en Madrid, cuyo número a la sazón era muy reducido, para dedicar fructíferos momentos a la oración. Por ello, lenguas "non sanctas” y avinagradas de mala fe solían acusarlo de poco afecto al trabajo, argumentando que pretextaba estas visitas para evitar algunas horas de la tarea diaria.

Nada más lejos de la realidad, ya que el dueño de las tierras, don Juan de Vargas, alertado de esta situación, se dirigió al campo para constatar la presencia de Isidro. Grande fue su sorpresa cuando observó al santo sumido en la contemplación y en la oración, mientras obedientes, a escasos metros, los bueyes araban prolijamente los surcos.

Cuentan también que, en otra oportunidad, don Juan de Vargas acude al terreno y descubre a Isidro realizando sus tareas con ayuda de los ángeles en un armónico conjunto cuya visión acompañó al terrateniente a la tumba.

En efecto, la vida de san Isidro Labrador fue un poema. Los milagros que obraba por doquier variaban su esencia, desde el descubrimiento de agua con ayuda de ramas o elementos simples -por la que se lo conocía con el mote de zahorí-, acompañado por las lluvias que regaban los sedientos campos en épocas de sequía, en una vasta lista que se completaba con curaciones de enfermos y alimentos que aparecían misteriosamente en ayuda de necesitados sin hallar su fin.

Un pozo fue el escenario de otro de los milagros más conocidos relatados a través de la tradición oral y luego consignados por escrito. Cuentan que su querido y único hijo Illán había caído a un pozo muy profundo. Sin desesperar y rogando a Dios, san Isidro Labrador rezó constantemente hasta que los testigos vieron subir el nivel del agua, y con él el cuerpo de su hijo asomó a la superficie. Numerosas obras de arte dan cuenta de los milagros del santo madrileño.

Gloria en la posteridad

Sus restos incorruptos se encuentran en una urna tallada con escenas de sus milagros, conservada en el altar mayor de la Colegiata de San Isidro Labrador con las reliquias de santa María de la Cabeza, su esposa, luego de su muerte ocurrida un 30 de noviembre de 1172. Se lo recuerda el 15 de mayo, fecha del traslado de sus restos a la iglesia de San Andrés.

“Su tumba estuvo custodiada por los tenedores de cuatro llaves que fueron: la de la cabecera a cago de don Álvaro de Mena, la de los pies, Pedro de Vargas, la delantera Francisco Luxan, caballero de Alcántara y la otra delantera, Jerónimo Luxan, caballero de Santiago. La caja del interior se cerraba con una llave cuya tenedora era doña María de Vargas Salmerón, hija de don Diego de Vargas”, relata en un pasaje el libro próximo a editarse “Los Mena en la Gobernación del Tucumán” de Ricardo Mena-Martínez Castro y María Carolina Mena Saravia.

San Isidro Labrador fue un santo amado en vida, reconocido por sus prodigios y vida de fe. La mansedumbre de su espíritu lo llevó a guardar la paz y la tranquilidad de la población en un Madrid medieval, donde difícilmente se podía alcanzar un equilibrio en la delicada situación política y demográfica que caracterizó esa época. Haber sido puente de unión entre dos culturas demuestra infaliblemente la mano de Dios en sus designios divinos.

 

 

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