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Corpus Christi: el impresionante milagro eucarístico que dio origen a la festividad

Hoy es la festividad del cuerpo de Cristo, el prodigio más grande por el cual Dios hombre se quedó con nosotros hasta el fin de los tiempos

Corpus Christi: el impresionante milagro eucarístico que dio origen a la festividad

La fe y sus laberintos se muestran inexplicables. Corpus Christi, una festividad que nació formalmente allá por 1264, es una muestra acabada de ello. Los milagros eucarísticos son poco conocidos, pero la contundencia de su revelación deja pasmados a los incrédulos.

La apacible vida en Bolsena, en Italia, hilvanaba sus días entre los verdes alcores y las aguas del lago, que repicando el añil del cielo dan una luminosidad inusual a la villa. Reseñan las crónicas de la época que, en el año 1264, el padre Pedro, natural de Praga, Bohemia, se encontraba en plena celebración eucarística en la cripta de santa Cristina cuando fue asaltado por la duda en la veracidad de la transustanciación, la conversión del pan en el cuerpo de Cristo y del vino en la sangre de Cristo.

En ese preciso momento, ante la mirada atónita del celebrante y los fieles, la hostia consagrada comenzó a emanar sangre. El prodigio fue presenciado por numerosas personas y la reliquia aún se conserva intacta. No era la primera vez que el sacerdote celebrante sentía esta mortificación, incluso llegó a acudir en peregrinación a la tumba del apóstol san Pedro en Roma para solicitar la gracia de una fe firme como el roble. El afianzamiento de la festividad de Corpus Christi ya se estaba conviertiendo en realidad.

 

Hoy, la catedral de Orvieto, distante 21 kilómetros de la cuna del milagro, construida en el año 1290, alberga la reliquia del corporal con la sangre de Cristo, testigo del milagro acaecido. Fue el papa Nicolás IV quien puso la piedra basal de la iglesia, cuya silueta puede verse en la actualidad, erguida en lo alto de una colina.

Los inicios de la fiesta de Corpus Christi (Cuerpo de Cristo) se remontan aún más atrás, precisamente al año 1208, cuando la hermana Juliana de Cornillon, que recibía visiones celestiales, bregaba por instaurar una celebración destinada pura y exclusivamente a la Eucaristía, el verdadero milagro que se produce en la misa durante la consagración de las especies (pan y vino) en el cuerpo y sangre de Cristo. La festividad y su primera celebración litúrgica se remontan en documentos fechados en 1246 en Bélgica, más precisamente en la antigua diócesis de Lieja, que tuvo sus orígenes en el siglo IV.

Impulso papal definitivo

El papa Urbano VI se encontraba en la cercana Orvieto cuando acontecieron los hechos, e inmediatamente pidió que le llevaran el corporal. Estupefacto ante la contundencia del milagro, no tardó en reconocer el prodigio, eslabón definitivo en la cadena de acontecimientos que fijó esta celebración en el calendario eclesiástico y popular. Por ello se la conoce como celebridad de Corpus Christi, y se conmemora el jueves siguiente al domingo dedicado a la Santísima Trinidad. Por motivos laborales, en algunas diócesis se celebra el domingo inmediatamente posterior, con procesiones en las calles de las ciudades.

 

Corpus Christi en el mundo

Las ciudades alrededor del orbe se visten de fiesta para la ocasión. Las custodias (relicarios que albergan el cuerpo de Cristo) compiten en tamaños y trabajos de orfebrería. Las calles de las ciudades se visten de gala, con flores y plantas aromáticas, algunas engalanadas con toldos bordados a modo de techos que cubren los cielos de las sendas procesionales. Todo es fiesta y alegría.

Durante la procesión, las miradas se centran en las custodias, dignos monumentos de la divinidad que albergan. Toledo, la ciudad española cercana a Madrid, se ufana de tener una de las conmemoraciones más gloriosas. Incluso, su catedral guarda el escultural relicario realizado por el maestro Enrique de Arfe, muestra acabada de la más exquisita orfebrería realizada en el siglo XVI, fabricada en plata y luego bañada en oro.

 

Las gentes acuden con fe a saludar a Cristo en la eucaristía que recorre las ciudades como una muestra más de la humildad del más grande, el hijo de Dios, que eligió quedarse entre nosotros en las especies del pan y del vino, y que se vale de las manos consagradas del hombre para, ante la imprecación proveniente de sus labios, acudir a alojarse en las sagradas formas, de tal modo que se convierten en cuerpo y sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo.

Recordemos las palabras vertidas por el apóstol san Pablo en la segunda epístola a los cristianos de Filipos: “Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres, y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: ‘Jesucristo es el Señor’”.

 

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