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Rita Kratsman: “No pienso nunca en el significado de la posteridad”

Rita Kratsman responde "En cuestión: un cuestionario" de Rolando Revagliatti

Rita Kratsman: “No pienso nunca en el significado de la posteridad”
Por Redacción Voces Críticas
sábado 20 de agosto de 2022

Rolando Revagliatti entrevista a Rita Kratsman en su mentado "En cuestión: un cuestionario"

 

¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

    

RK: Mi primer acto creativo consistió en una participación en un concurso de dibujo y pintura callejero, con un trabajo en acuarela cuando tenía doce años. No podía imaginar entonces que muchos años más tarde, y después de algunas vicisitudes, terminaría yendo al taller de pintura dirigido por el maestro Demetrio Urruchúa. Ahí me quedé durante un tiempo y después de esa experiencia concurrí a otros talleres llevada por el deseo de conocer nuevas técnicas. De cualquier manera, no fue precisamente en la pintura donde me quedé, sino que retomé los estudios musicales que había interrumpido en mi infancia hasta llegar a un profesorado de piano. La poesía, por cierto, fue un secreto que me iba a ser develado más adelante.

 

¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

 

RK: En mi vida la lluvia y las tormentas están asociadas a las contrariedades.   

Cada vez que un dolor o una pesadez me comprimen el pecho es porque algo se anuncia. Tenía apenas ocho años cuando experimenté la orfandad en un día de lluvia, de modo que cuando la noche terminó de arrojar sus últimas gotas llegó el miedo, que a veces se va, pero vuelve cada tanto y suena como un bajo continuo.

A menudo, ese oscurecimiento que le da al aire un tinte negro, acelera el flujo de la sangre mediante brumas acuosas que se desflecan provocando un sobresalto. Inmediatamente, todo evoca de pronto eso que por momentos se olvida para seguir en el mundo. El olor de la lluvia me hace creer que la vida es un aroma que emana de una ausencia. Y para sobrevivir debo continuar en una superficie irisada para comprender el precio de la profundidad.

 

 

“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?

 

RK: Por lo general no hablo de inspiración sino de revelación. Aparece y se inserta en un mundo de imágenes que saltan en el tiempo creando espacios asombrosos. Descubrimos de pronto un rincón que teníamos olvidado, o el instante en el que algo sucedió y estaba escondido quién sabe por qué. La poesía no busca esas razones, simplemente las extrae de su galera para sorprender a quien escribe y en el momento más inesperado. Entonces el tiempo sólo se observa por esos instantes. Un instante fecundo le brinda a la conciencia otra mirada, un conocimiento objetivo que se logra a partir de la distancia. Con respecto a ese otro rincón literario donde anida una frase de William Faulkner —autor que me tomó por completo en mi adolescencia—, me remite en parte a Dante en cuanto a la construcción de la figura de Beatrice, a la que concibió como una donna angelo —concepto del dolce still nuovo—, claro ejemplo de revelación. Aunque una versión dice que la conoció cuando era una niña de nueve años y no volvió a verla hasta nueve años después. Otra versión dice que el poeta la habría visto una vez y ni siquiera habría hablado con ella, mientras que otras fuentes de la historia refieren que la inventó por completo, lo cual pareciera ser la más probable.

Oír hablar de alguien, pero nunca haberlo visto induce a un estado de ensoñación de tal fuerza que recupera las imágenes dormidas en algún regazo provocando hasta una alegría orgánica.

 

 

¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

 

RK: Casi siempre voy primero a la obra. Después sí aparecen ciertas curiosidades acerca de los avatares de su autor, considerándolos como una razón que diera origen a la misma. Podría dar muchos ejemplos, pero me voy a detener en uno, ya que relacioné su obra a la vida que él mismo eligió para desarrollar su maestría y me refiero a Claude Monet. Fue tan grande mi interés que me propuse escribir un libro titulado “Giverny”, donde el yo lírico se instala de un modo ficcional en ese jardín creado por el artista y donde entre nenúfares y tulipanes y puentes japoneses crea conversaciones imaginarias con Monet y los amigos artistas que lo visitan. Prácticamente es la internalización en un mundo de época, sólo para revivir la experiencia de alguien que se propuso romper con las convenciones existentes para crear lienzos de una espontaneidad distintiva, algunos, de proporciones monumentales.

Quién sabe por qué razón nos apegamos de pronto a un artista y profundizamos en su vida como una suerte de identificación con estados anímicos personales.

 

 

¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

 

RK: No uso generalmente refranes ni proverbios; me parecen lugares comunes incorporados en un diálogo para no desarrollar un argumento. La interlocución, por el contrario, bien se puede enriquecer no sólo por los temas en común sino por el uso tan rico del lenguaje o bien del ingenio mismo. Lo cual se aplica incluso al intercambio con personas que hablan otra lengua en el caso de presentarse esa coyuntura. De cualquier manera y a pesar de mi prejuicio con respecto a ellos, caigo en el uso de algunos, como ser “una de cal y otra de arena”, aunque siempre me pregunté por cuál sería la mala y cuál la buena, hasta que llegué a la conclusión de que ambas son imprescindibles a pesar de las diferencias, o tal vez me atraiga precisamente por esa duda que presenta. Para el caso no puedo dejar de citar como ejemplo, una frase de Don Quijote dirigiéndose a Sancho Panza: “Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas.”

 

 

¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?

 

RK: Ya me referí a Claude Monet, aunque debo decir que tengo otras preferencias. Más que nada quiero describir lo que sentí cuando me encontré por primera vez con sus magníficas creaciones.

Tanto el David como el Moisés de Miguel Ángel me estremecieron al punto de quedar inmovilizada porque no podía creer que haya tenido el privilegio de conocer esas obras personalmente. ¿Cómo era posible que tuviera acceso a eso que había mirado cientos de veces en libros de arte? Solamente llegar al Moisés en San Pietro in Vincoli constituyó una experiencia marcada por una gran ansiedad.

Y así me sucedió con el “Guernica” de Pablo Picasso, ante el que también me quedé detenida en estado de completa perplejidad. Quería comprender el instante en que el autor, más allá de una ruptura formal, eligió esa monocromía. La muerte no admitía el color y la mente voló hacia el momento histórico de la masacre, como si cayeran frases que fueran arrastradas al pasado. Confieso que en ese momento apareció un deseo de fuga del lugar con el único objetivo de que el aire me envolviera con movimiento afable. Creo además que ese lienzo pudo anticipar, de alguna manera, las catástrofes que vendrían: la Segunda Guerra Mundial y al finalizar la misma, Dresde, Hiroshima y Nagasaki.

Pero a lo largo de mi vida también me estremecí ante obras que incluso influyeron en mi propia creación; decía Joseph Brodsky: “uno es lo que mira.” Y me refiero a esos grandes cineastas que ejercieron un impacto hasta en generaciones sucesivas. Nombro a Charles Chaplin, Ingmar Bergman, Akira Kurosawa, Francois Truffaut, Alain Resnais, Federico Fellini, Pier Paolo Pasolini.

Y con respecto a la música, todo Bach, casi toda la obra de Mozart incluidas sus óperas, los cuartetos de Beethoven, de Schumann el Concierto en La menor para piano, el Concierto para violín en Mi menor de Mendelssohn, así como las grandes obras de la lírica italiana. Y, además, toda vez que vuelvo a escuchar “Va, pensiero”, coro del tercer acto de la ópera “Nabucco” de Giuseppe Verdi, cuyo tema, el exilio, expresa la nostalgia por la tierra natal, representada en la frase “¡Oh mia patria sì bella e perduta!”, que traducida es “¡Oh patria mía, tan bella y perdida!” Quién sabe si el primer estremecimiento no anticiparía lo que hoy estamos a punto de perder.

 

 

¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

    

RK: Frecuentemente me encuentro en alguna situación que provoca risa. Y me doy cuenta cuando me lo señalan, pero no me molesta porque yo misma encuentro gracioso ese momento. Poseo un gran sentido del humor y me hago cargo de mi propia ridiculez y a veces me río de eso hasta la carcajada. El humor me enriquece, me ayuda a reconocer los errores y efectos del impulso, la distracción y el desacierto.

Es una manera de ver las situaciones con distanciamiento ingenioso, próximo a la comicidad y que aparece en mí espontáneamente. El humor es compatible con una variedad de argumentos y actitudes y eso depende de las culturas, de las etapas históricas y tal vez hasta del nivel social. Mi humor propio está alimentado por la pertenencia a una tradición cultural judía y mis referentes al respecto fueron Scholem Aleijem y Bashevis Singer, en distintas épocas. El primero de ellos optó por el uso del humor ante la ruina, los sinsabores, la enfermedad o la tristeza, adoptando la postura de quien observa los hechos desde afuera, creando un vínculo irónico entre la lógica y el lenguaje.

Respecto al segundo, gran escritor también en lengua idish, concentra en su literatura las facciones más marcadas de su pueblo, intrincándose con él. La tristeza del ghetto, la amargura del exilio milenario, el terror de las persecuciones y la conciencia de la marginación, tejen una trama en la que el humor constituye esa incongruencia que permite ver la dimensión exacta de lo real.

No obstante, la importancia que tiene para mí el uso del humor, sobre todo en lo cotidiano, debo decir que paradójicamente mi obra no está atravesada ni mínimamente por ese rasgo. En otras palabras, dejo ver ahí un profundo dramatismo.

 

 

¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?

 

RK: No pienso nunca en el significado de la posteridad. Es más, me molesta porque siento que está de por medio una finitud que no quiero asumir y respecto a esto me atraviesan miedos. Quisiera, infantilmente hablando, que nada se termine. Que algunos instantes sigan siendo. Que nada nos haga abandonar la Tierra. La Tierra posee secretos aún por descubrir y el deseo de mirar en el interior de las cosas nos convierte de pronto en esa niña o niño que destruye su juguete para ver lo que contiene. Apelamos entonces al tiempo que necesitamos como una tarea donde la creatividad puede llegar a transformar el instante más oscuro. Y para ello, me gusta pensar en un ritmo leve que se añada al corazón y lo apacigüe.

No me agrada el uso solemne que se le da al término. La alegría terrestre nos invita todavía a estremecernos desde las copas de algún bosque.

 

 

¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?

    

RK: La ensoñación adopta lo que le ofrece la realidad. Pero quién de nosotros no imaginó alguna vez visitar esa casa que divisamos desde la ventanilla de un tren, recorrer esos senderos escoltados por álamos o perderse en un campo de girasoles. Aun si la morada fuera misteriosa, exaltaría ese miedo infantil por lo oculto. Es propio de la infancia que uno de los factores de agitación íntima se ponga en juego con la sola imaginación de las tinieblas.

Siempre me gustó mirar a través de aquellas ventanillas otras vidas posibles, al punto de armar en mi mente escenarios que describieran un mundo de relación distinto. Por lo tanto, aquel encantamiento por lo ilusorio marcó mi infancia y quedó en mí como una postal que siempre se repite.

 

 

¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?

    

RK: Nombraría a Alfred Jarry, quien usa la sátira política y el sarcasmo en “Ubú Roi” para denunciar las megalomanías de los dirigentes políticos del momento, considerando el naciente nacionalismo como una farsa.

No puedo soslayar la figura de James Joyce que con su arsenal de recursos narrativos —parodia, sorna y acritud— construye un universo provocador e irreverente y al mismo tiempo, una verdadera sinfonía de sintaxis y fonemas.

La mordacidad la encontré en el Conde de Lautréamont y también el ingenio junto a la ironía en quién más que en Miguel de Cervantes Saavedra.

En el campo del arte pictórico nombraría a Francisco de Goya como un artista de la impostura. Dice Ernst Gombrich: “¿Pensaba el artista en la suerte de su país oprimido por las garras y la sensatez humanas?” La parte de su obra que refleja la codicia y la vanidad son consideradas como una acusación contra los poderes de la estupidez y la reacción, contra la opresión y la crueldad humana que observó.

 

 

 

Rita Kratsman nació el 16 de junio de 1940 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, capital de la República Argentina. Integró el taller de pintura de Demetrio Urruchúa (1956-1962), el taller de teatro-danza (método Susana Milderman) en el Instituto CREIG (1985-1989), el taller de poesía coordinado por Arturo Carrera y Daniel García Helder (1992-1996) y cursó Historia General del Arte en el Museo Nacional de Bellas Artes (2016-2017). Es corresponsable con Susana Anfossi y Andrea Calabró de la selección, introducción y traducción de la antología poética “Una hora existe” de Franco Fortini, editada en 2007. Publicó entre 1991 y 2019 los poemarios “El hoyo de este grito”, Aria con variaciones”, “Color y sepia”, “El cuaderno de Amanda – Señora mariposa”, “El lugar”, “Giverny”, “Tornasol” y “Cuerpos con música de fondo”. Textos suyos se difundieron, por ejemplo, en las revistas “El Perseguidor” y “Diario de Poesía”. Participó presentando ponencias en Congresos realizados en las provincias de Chubut, La Pampa y Entre Ríos. Obtuvo, entre otras distinciones, el Primer Premio del Tercer Concurso Nacional de Poesía Organizado por la AMIA Asociación de Mutuales Israelitas Argentinas, en 1989.

 

 

 

 

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