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Liliana Aguilar: “Abogo por el orden dentro del desorden de la creatividad”

Un nuevo ping pong realizado por el escritor Rolando Revagliatti para matizar los gustos de los amantes de las letras

Liliana Aguilar: “Abogo por el orden dentro del desorden de la creatividad”
Por Redacción Voces Críticas
jueves 13 de octubre de 2022

Rolando Revagliatti nos trae su "En cuestión: un cuestionario", ping pong de preguntas y respuestas.

¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

 

LA: Podrá parecer fanfarronería, pero bien puede ser un magro intento de comprender lo incomprensible, porque nacer en medio de una ciudad destruida por un terremoto —ocurrió el 15 de enero de 1944 y destruyó el 80% de la ciudad de San Juan— ya es un acto de creación, aunque yo no tuviera mucha conciencia entonces. De ahí en más y hasta el presente, todo para mí serían actos de creación: la muñeca de trapo, los muñecos de lana, sus vestidos, comiditas, bailes, viajes, paisajes, monstruos, sillas, piedras, palabras, todo. Todo cuanto me rodeaba sería y es hasta el presente, el germen de una historia que me permite construir sobre los “escombros” que devienen del crecimiento personal.

 

 

¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

 

LA: Los aprendíamos en la escuela primaria; lo aplicábamos en la secundaria; los olvidábamos en la juventud y con el primer hijo o hija, volvían a nuestra memoria de un modo sorprendente. Después de los sesenta nos damos cuenta de que todo nuestro sistema ético y de creencias se soportan en aquellos primeros postulados.

“No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti”, por ejemplo: ¿te imaginás un mundo en donde cada uno de nosotros siguiera este lema a rajatabla? Y sigo. “No hay mal que por bien no venga”; “Más vale malo conocido que bueno por conocer”; “La peor batalla es aquella que no se pelea”; “Haz el bien y no mires a quien” … y muchísimos más. Lo curioso es ver cómo se contradicen unos con otros, aunque todos aciertan en el momento justo.

 

 

¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?

 

LA: Hasta los diez, doce años, devoraba las historietas de Superman (el original) y Superpiba, admiración que más tarde derivó en una especie de fanatismo por los relatos y novelas de ciencia ficción y literatura fantástica. Rendida ante los mitos de H. P. Lovecraft; de Ray Bradbury, en especial “Crónicas marcianas”; Philip K. Dick, Fredric Brown, Ursula K. Le Guin y más cerca nuestro, Macedonio Fernández; el uruguayo Mario Levrero; Jorge Luis Borges, Angélica Gorodischer; la revista española “Nueva Dimensión” y más acá “Péndulo”, “Parsec” …

Como no faltaba más, apareció Gabriel García Márquez con su realismo mágico. Como verás, he vivido de la fantaciencia y las ficciones desde siempre. He escrito cuentos realistas pero mi corazón va por el lado de la realidad filtrada por la fantasía.

En artes plásticas soy una especie de turista que dice me gusta o no me gusta y pasa a la obra siguiente.

En arquitectura, El Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, de Antoni Gaudí. Seguramente hay muchísimas ante las cuales quedaría extasiada pero no las conozco.  He viajado más en libros que en tren o en avión.

En música adhiero con fervor a la sexta y novena sinfonía de Beethoven y toda la obra musical de Juan Sebastian Bach. Pero disfruto de cualquier ritmo al alcance de mi oído. La música es maravillosa.

 

 

¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?

 

LA: Un viaje con mis abuelos a San Rafael, Mendoza, en su flamante Ford ‘A’.

Atendiendo a mis cuatro años de auténtica y forzada soledad —mi casa era la única casa re-construida en varias manzanas a la redonda—, mis padres consintieron en dejarme viajar con ellos.

Después de varias horas llegamos a un parque con canteros llenos de margaritas en flor y niños. Decenas de niños. Los mayores se sentaron a tomar café negro en la cocina mientras cuchicheaban cuestiones de adultos, supongo, mientras yo miraba por la ventana a los chicos jugando a esconderse y encontrarse. Supuse que mi ausencia pasaría inadvertida y me escurrí por la puerta de salida con la intención de unirme al grupo. No tengo palabras para decir mi alegría entonces. Sentí que por fin mi pequeño mundo tenía sentido. ¿Diez? ¿Treinta minutos? A mí me pareció sólo un instante. El abuelo llamaba para el regreso.

Ese lugar fue uno de los tantos hogares-escuela levantados por la Fundación Eva Perón de aquella época. El ordenanza de la institución, era un español del mismo pueblo de mi abuelo, aunque no sé si ya eran amigos o la visita funcionaba de correo para enviar noticias suyas a otros familiares.

 

 

El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?

 

LA: Me gusta el silencio y lo considero imprescindible para estar conmigo. Cuando siento que llega ese momento, me tomo dos o tres días en algún lugar alejado para conseguirlo.

La oscuridad me remite a la infancia, a esas noches en las que, junto a mi abuelo, escuchábamos el rumor del agua corriendo por las acequias. A veces era sólo mirar el cielo y nombrar estrellas. La paz.

Adoro las sorpresas, una lástima que hoy por hoy sean escasas y las más de las veces, de contenido lamentable.

Me invade la desolación cuando observo el énfasis de algunos adultos en desanimar a las jóvenes generaciones. Por tiempos se dijo que hay que vivir el hoy; que el pasado pasó y el futuro todavía no llega (ahora mismo, incluso, se les repite cada diez minutos en una propaganda televisiva). ¿Podés pensar en una perspectiva más desesperanzadora que esa? Para un joven es demoledor. No tiene dónde pararse ni hacia dónde proyectar su actividad, sus estudios, su vida. Fijate. ¡En un país en donde está todo por hacerse!

En cuanto al fervor, fue mi aliado siempre. Con fervor abracé la medicina, luego la psiquiatría y el psicoanálisis mientras, al mismo tiempo, con enorme pasión me dedicaba a escribir, al barrio, a mis vecinos, a mi familia, a mi hogar. Por momentos sentí que los días tenían 25 horas y, aun así, siempre me faltaba (y me falta) algo de tiempo para finalizar lo empezado.

 

 

¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?

 

LA: Valoro a todas las personas en tanto mis iguales y a cada quién con sus propios talentos. Detestaba a mi profesora de didáctica de la secundaria, pero valoraba (y aún hoy sigo pensando que fue mi mejor ejemplo de vida) sus conocimientos, su entrega, su dinámica en la clase, su asistencia perfecta, su justipreciación de lo que el alumno podía devolver… y podría seguir una larga lista.

En cuanto a querer a quien no se valora… creo que nunca estuve en esa situación porque una persona puede no tener idea de quién fue Arthur Rimbaud o desentrañar fórmulas de alta ingeniería, pero sí cocinar un guiso a la española para el Nobel o fabricar bellísimas figuras con un pedazo de papel y ser absolutamente queribles por eso.

¿Si me perturba? Para nada. Tales situaciones me dicen que la vida es un prodigio de variables y yo participo de ellas.

 

 

El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?

 

LA: Soy libriana y según lo proclama ese signo astrológico, me gustan las artes, abogo por la belleza, la estética, el orden dentro del desorden de la creatividad. La poesía, el teatro, la danza. Por, sobre todo, la balanza de la justicia.

Así también podría contestar sobre el amor. Sería maravilloso manifestarme como esas personas súper demostrativas que abrazan y besan y en todo momento exhiben su amor por esto, lo otro y lo de más allá: a mí me cuesta un montón, aunque por dentro me derrita como manteca cuando estoy en estado amoroso.

La contemplación es mi fuerte, hasta que debo neutralizarla con actividad muchas veces exagerada.

El dinero es necesario, pero hasta ahí. Lo justo, digamos.

Soy católica, bautizada. En algún momento descreí de la religión hasta que, como pasa con muchas personas, atravesé una dura enfermedad y empecé a rezar de vuelta. Pero ya no en la iglesia. Cuando quise retomar la fe en compañía, se había adoptado la modalidad cantada de la ceremonia religiosa. Bueno, terrible para mi propósito de estar con Dios. Me descuidaba un instante y mi imaginación partía por los confines musicales con sus variantes de ritmos y letras.

Prefiero estar con Él en mis momentos de mayor introspección.

Y en materia de política. Ay. Ni lo uno ni lo otro. O lo de acá y lo de allá. La famosa balanza. Pero también algunas escenas de la niñez.

Mi padre y su único hermano habían heredado una finca con parras y cuando había buena cosecha, se hacía reserva para otros momentos en donde —ya fuera por la pedrea, el viento Zonda, la falta de riego o el exceso de producción— daba más pérdida que ganancia. El problema ocurría cuando mi tío, peronista de la primera hora, le pedía a mi padre —de filiación radical—  el dinero de esa reserva para la campaña electoral.

Demás está decir que mi tío fue finalmente vicegobernador de San Juan en tanto mi padre terminó siendo relevado de su cargo como director del Hospital Rawson por no liderar en la misma causa.

Viví demasiadas discusiones de tono elevado entre ellos. No, la política no me va.

 

 

¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.

 

LA: En principio, el orden más común, creo:

Lado A: las valoraciones negativas o dolorosas: sacrificio, sufrimiento, muerte, desajuste.

Lado B: las valoraciones positivas: autenticidad, pensamiento, lengua, danza, ciudad, visión.

Lado C: las neutras: azar, miniaturas, ceremonia, bosque.

 

El micro: “Azar”

“Todo lo que sale por la punta de mi lengua son pensamientos en miniatura. Sería la razón por la que aparento un desajuste de la visión del mundo circundante: donde existen rascacielos de ciudad, veo montañas agujereadas como si fueran cuevas. Donde bosques, el sufrimiento del árbol que declina, anticipándose a la muerte.

No se crea que estos pensamientos en chiquito precisan de una ceremonia de alto sacrificio o loca autenticidad para manifestarse. No.

Cada vez que el azar pasa por la puerta de mi casa, lo tomo por sus alas y con él, vuelo.”

 

 

“Donde mueren las palabras” es el título de un film de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?

 

LA: En el lenguaje corporal, que es el lenguaje concreto por excelencia. Si no se puede verbalizar —o abstraer— determinados sentimientos, se actúan. Es lo que nos sucede actualmente como sociedad. Te doy un ejemplo: en alguna época, cuando nos referíamos a “cortar el rostro” a otra persona, sabíamos que se trataba de anular todo trato con ella. Ignoro en qué momento esas palabras tomadas como la abstracción de una conducta se transformó en la conducta en sí y asistimos sorprendidos y alarmados a una seguidilla de jóvenes que por celos o lo que fuera, marcaban con navaja el rostro de algún compañero o compañera.

Considero que el auge de ciertos postulados de lingüística ha influido en la pauperización del lenguaje actual, donde el objeto es lo que es, sin más significación que eso.

No sé si se comprende la raíz del problema. O quizás sí, pero es difícil revertirlo.

 

 

¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?

 

LA: Llegué a Córdoba en 1966 y viví en pensión con otras siete jóvenes de distintas provincias, costumbres, ideas, comportamientos y eso me pareció increíblemente maravilloso. Luego fue en la Sociedad Argentina de Escritores, filial Córdoba —mi primera época de SADE—, donde compartí ilusiones con personas de distintos órdenes, saberes y procedencias.

Los domingos nos juntábamos en mi casa jóvenes escritores y poetas para leer nuestras producciones. De allí surgió la revista “El Taller”: Cuadernos Literarios que dirigí desde 1972 a 1974. Comunistas, socialistas, peronistas, radical- intransigentes, radicales del pueblo y demócrata-cristianos. Viejos, adultos, jóvenes. Universitarios y no. Siempre los recuerdo como un ejemplo de convivencia en democracia.

Hoy es difícil. No por tener ideas distintas sino porque se ha producido una fractura en la comunicación desde su elemento más sensible: el código. Si alguien habla desde las palabras y otros desde la corporalidad… 

Liliana Aguilar nació el 24 de septiembre de 1944 en la ciudad de San Juan, capital de la provincia homónima, la Argentina, radicándose en 1960 en la capital de la provincia de Mendoza. Desde 1966 reside en la ciudad capital de la provincia de Córdoba. Es médico-cirujana por la Universidad Nacional de Córdoba, y egresada de cursos de formación en Psiquiatría y Psicopatología. Dictó seminarios y presentó ponencias en diversas instituciones, y creó “La Casa de Liliana”, espacio destinado a Talleres para adultos y niños. Organizó muestras artísticas, condujo programas radiales, cuentos suyos fueron adaptados (y algunos, representados) para teatro infantil, etc. Fundó y dirigió las revistas “Entrega”, “El Taller”, “Boletín Mensual de la Sociedad Argentina de Escritores” y “La Polilla”. Colaboró, entre otras revistas y diarios, en “Texturas” de España, “Sr. Neón” de la ciudad de Buenos Aires, “Los Andes” de la ciudad de Mendoza. Obtuvo primeros premios y otras distinciones en su país y fue finalista en concursos efectuados en España. Integró los volúmenes colectivos “El libro de los naranjos” (y con el mismo título los numerados 2 y 3), “Cuenterío”, “Los jardines secretos” y las antologías “Cuentos”, “Cuentos de amor para niños de 8 a 10 años”, “Cuentos regionales argentinos – Zona Cuyo”, “Antología literaria sanjuanina. Siglo XX”, “Quince líneas” (Editorial Tusquets, Barcelona, España, 1997), “Antología del empedrado II”, “Leer la Argentina”, etc. Publicó los libros de lecturas pedagógicas “Mi corazón canta de alegría”, “Diario de un niño de la época”, “Diario bajo el colchón”; los libros de cuentos “Juanete con hombre no caza violines”, “Las aventuras urbanas del Sr. Guestos”, “Hombrecito de la botella”, “Hipoc y otros cuentos”, “Partes de guerra”, “Selección de textos. Antología personal”, “Sin mí”; los de ensayo e investigación “Cada cosa en su sitio”, “Aprendizaje y comunicación. Teoría y práctica de taller literario”, “El cuento breve y de cómo el espacio se fugó de la hoja” y los poemarios “De San Juan y otros poemas”, “Cantos y poesías”, “El Olimpo de Ludo”, “Clases de lenguaje”, “Ella, la del alba”, “Tratado y fallido” y “Poesía crónica” (volumen conformado por los poemarios inéditos del lapso 1975-2005 cuyos títulos son “Poemas de brasa y ceniza”, “El ángel de los fuegos”, “O hablemos del tiempo”, “Pasaje a Candelas”, “Historisquetas” y “Los días”).

 

 

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