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Democracia, 40 años no es nada: una oportunidad para progresar sin derramar sangre de argentinos

Es tiempo de fundar una nueva República Argentina sin que se derrame sangre de hermanos

Democracia, 40 años no es nada: una oportunidad para progresar sin derramar sangre de argentinos
domingo 03 de septiembre de 2023

SALTA (Por Ernesto Bisceglia para Voces Críticas) En términos de historia, un poco más de doscientos años de vida institucional para un país no son nada, apenas una brizna existencial en un proceso inacabado. De hecho, de esos poco más de dos siglos, y ajustando los términos, de un poco más de un siglo y medio de régimen constitucional, la República y su forma excelsa de gobierno, la democracia, ni siquiera juntan cien años de vigencia.

Hay que recordar que desde 1810 tuvieron que pasar cuatro décadas para que se institucionalizara el país con la sanción de la Constitución Nacional en 1853; hasta allí, fueron cuarenta años de disidencias y sangre regada por todo el país en la lucha de facciones unitarias y federales y otras luchas intestinas regionales.

Desde la Constitución Nacional en adelante hay que contar sesenta años de un lento progreso institucional. El país se fue construyendo lentamente durante las Presidencias históricas (Mitre, Sarmiento, Avellaneda), siempre pagando con sangre cada avance del proceso.

De hecho, el derecho al sufragio costó más sangre con la Revolución del Parque en 1890 que dio nacimiento al primer partido nacional y popular, la Unión Cívica Radical, un empujón -se diría- que logró recién en 1912 la sanción de la ley que consagró el sufragio universal, secreto y obligatorio, bajo la firma del presidente, Roque Sáenz Peña, que pronunció aquella frase fundacional de la institucionalidad: ¡Quiera el Pueblo votar!

No fue una ley perfecta porque el sufragio universal no se cumplía, la mujer argentina no podía votar y no podría hacerlo hasta 1947 en tiempos de Juan Domingo Perón. Pero eran las primeras elecciones limpias y con masiva participación popular, aunque la ilusión duró poco ya que el 6 de Setiembre de 1930, el general salteño, José Félix Uriburu, inauguraría la trágica zaga de golpes militares, un mal que duraría casi setenta años.

De modo que los argentinos tuvimos una democracia discontinua, siempre regando de sangre cada proceso, tanto destituyente como aquellos destinados a recuperar esos tramos democráticos. Proscripciones, fraudes, intervenciones. No, no fue una democracia plena aquella del siglo XX.

El retorno de Perón al país luego de 18 años de exilio, también se pagó con sangre, así como su breve gobierno y la caída de su viuda, María Estela Martínez, heredera de ese momento anárquico del país. Más sangre se cobró el autotitulado Proceso de Reorganización Nacional, que no reorganizó nada sino que dejó todo peor de lo que estaba porque dio lugar al desencuentro posterior de los argentinos que por estos días presentes se hace carne en la paradoja de llegar a los cuarenta años de democracia ininterrumpida con un pueblo que no quiere votar, con una democracia sin partidos políticos y con unas elecciones que lejos de ser una fiesta cívica se han convertido en una taba cuyo resultado abre una incógnita para el país que se viene.

Quedan casi cien días para develar quién continuará este proceso de cuatro décadas, pero en este punto no se puede hacer ni futurismo ni tampoco historia contrafáctica, simplemente hay que reflexionar, pensar el voto porque sus consecuencias las pagarán o disfrutarán los venideros.

El proceso que se inaugura en estos meses es un gran desafío para los argentinos, se trata de continuar en la degradación institucional donde todos los sectores son responsables, unos por acción y otros por omisión o excesiva tolerancia, una tolerancia lindante en la complicidad, o bien, tomar conciencia de que el mundo global ha cambiado y que la democracia tiene que jugar otros roles.

Sencillamente porque el tiempo de las revoluciones se ha terminado, asistimos a un cambio de época donde se trata de re-evoluciones; de repensar todas las categorías, desde el municipio, los gobiernos provinciales, rescatar la importancia de las regiones y hasta repensar las religiones.

Por eso, el proceso que se inicia no puede estar en manos de ningún mesías sino que reclama la participación abierta, decidida de todos los ciudadanos, porque de lo que surja de las urnas en cien días todos seremos responsables, los que fueron a votar por una opción y más responsables todavía serán los que no fueron a votar por ninguna de las ofertas electorales.

Es un tiempo de necesaria y plena participación, de reorganización de los partidos políticos, de activación de una nueva militancia, de rescatar principios e ideas que derroten a las ideologías.

Es tiempo de recuperar la Institucionalidad, de fortalecer a la República, y lo mejor de todo, es que este tiempo, este proceso, a diferencia de toda la historia precedente, es una oportunidad de fundar una nueva República Argentina sin que se derrame sangre de hermanos. Seamos adversarios ocasionales, pero recordemos que el color de una boleta no nos destruye la calidad que todos tenemos de ciudadanos argentinos.

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