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POR FÉLIX GONZÁLEZ BONORINO

EL AMIGO, EL PINTOR Y EL VIRUS

EL AMIGO, EL PINTOR Y EL VIRUS

SALTA (Por Félix González Bonorino) La puerta se abrió y una voz que se escapaba para el fondo lo recibió, “Vení Norbi, cerrá La puerta que hace un frio tremendo”. Norbi balanceó su poderosa figura que se hacía más poderosa con la enorme campera de plumas que tenía puesta, su cabeza enfundada con un gorro negro y un barbijo blanco. Hoy se había puesto el blanco porque pensó que le hacía juego con la campera. Los barbijos pasaron a ser un complemento de la indumentaria “global” y cuelgan en las tiendas junto a las bufandas, los collares, los guantes y las hebillas.

“Son barbijos”, argumentaba Norbi, “porque “Tapa boca” es un barbijo totalitario y el mío es democrático hasta la baba”.

Dejó el frío afuera con un empujoncito a la puerta, asegurándose que estuviera trabada y ahí sintió el tremendo olor de la pintura. Atravesando la cerrada trama “antiviral” del barbijo, colándose por las costuras de los bordes, aprovechando los espacios entre los cachetes y la nariz, el aroma ingreso a sus pulmones como una oleada de Hunos por las planicies germanas. De golpe y no dejando nada a su paso.

Bajó su barbijo y gritó “Flaco, abrí algo, te vas a morir aquí”.

Desde la otra pieza se oyó una respuesta gutural incomprensible y luego un ruidito de raspadita.

Norbi se acercó a la puerta de la pieza ya con el barbijo bajo, la boca abierta y cara de asco y cuando vio al Flaco comenzó a temblar de risa. Si alguien lo miraba de atrás parecía que a la campera le había agarrado un terremoto, porque se movía de a pedazos, tratando de seguir los movimientos arrítmicos del cuerpo de Norbi.

Dentro de la pieza mal cubierta con un plástico agujereado se encontraba el Flaco sentado en un pote de pintura cerrado, revolviendo otro que tenía entre sus piernas. No había porción del Flaco que no estuviera pintada. Había manchas de todos los tamaños y formas y en los lugares menos esperados. Manos, piernas, pelo, orejas parecían haberse peleado por atrapar gotas en una piñata de pintura. La nuca presentaba una mancha larga de pintura que se perdía en el cuello de la camisa, en la espalda. Más abajo otra línea de pintura salía debajo de la camisa por la cintura perdiéndose atrás en el pantalón, dejando entrever que el frío de la pintura le había recorrido todo el dorso sin solución de continuidad.

El piso y los muebles estaban mal cubiertos, ya lo dije, con tanta mala suerte que cada gotita había ido a parar justo donde no había nada que la detuviera. Es como la historia del pan con  mermelada, siempre cae “boca abajo”. Murphy al palo.

“Flaco, ¿te enseño a hacer un barquito de papel de diario para protegerte?” lanzó Norbi.

“Callate y vení, te quiero mostrar algo y cuidado está recién pintado” mandó el Flaco claramente concentrado. “A ¿Pintaste? No me había dado cuenta” dijo mientras se acercaba no sabiendo donde apoyar los pies.

“¿Qué te pasa?” preguntó Norbi.

“Mirá la pintura” dijo el Flaco señalado el contenido entre sus piernas. “Ahora”, continuó mientras con un Tramontina cortaba el borde de un sachet tonalizador y lo tiraba todo junto en un costadito de la pintura “¿ves?”

“¿Qué te pasa Flaco? Si, estas mezclando la pintura blanca con ocre, ¿Cuál es el secreto?”

“Pero fíjate bien, Ahí tenés a todo el colorante en un lugar todo juntito ¿no?, si yo quiero agarro un cucharón le saco el colorante ahora y me queda la pintura blanca pura, ¿Estás de acuerdo?”

“Si Flaco, ¿a quién se le ocurre agregarle tonalizador a la pintura y después sacarlo? No me vengás con alguna de tus boludeces y abrí las ventanas, el olor te está haciendo mal” lo cargaba Norbi.

El Flaco continuó. “Bueno, ahora voy a revolver despacito, ves como el colorante se distribuye en el resto de la pintura, pero todavía lo vemos por esas rayitas en la superficie, ¿No cierto? Con un poco de suerte y trabajo todavía lo podríamos sacar al colorante, apenas está mezclado”

A esta altura Norbi lo quería matar pero al mismo tiempo el Flaco despertaba en él esa curiosidad infantil, como que siempre estaba por mostrar algo inusitado, incluso ridículo, pero siempre era sorprendente, al menos para Norbi. Sería quizás que su voz que se iba apagando cuando avanzaba en el relato le hacía acordar a los cuentos de su abuela antes de dormir, ¿Quién puede saber?

De repente el Flaco enloqueció y empezó a revolver la pintura como un desaforado. El palito se arqueaba dentro del  líquido, la pintura subía a las paredes del tacho por la fuerza centrífuga y de repente comenzó a salpicar todo. Norbi no lo dudó y le pegó un cachetazo en la nuca que lo saco del balde donde estaba sentado “¡Pará Loco! ¿Qué te pasa?” le gritó enojado.

Agarrándose la nuca el Flaco recuperó su posición en el balde pero ahora corrió las piernas para que Norbi pudiera ver bien el contenido. Miró a Norbi torciendo la cabeza para arriba y señalando sin mirar el contenido del balde le preguntó, “¿Ves?”

“¡¿Qué Flaco, qué querés que mire?!” le gritó ya harto. “¿Que te salió el color?”

“¿No ves qué ya no podemos separar, distinguir, las gotas de colorante porque se mezclaron entre todos? ¿No te dás cuenta? Esto es como la sociedad y el virus, si cuando empezó todo estaban quietos los podíamos identificar, cuidar y curar fácilmente. Si se movían lentamente podíamos seguirles el rastro y aislarlos, pero los muy pelotudos salieron a correr y salpicar como locos, a manchar las paredes, escupir, toser, llorar, manchar el piso, las caras, los pelos, la ropa, el piano y el traste de tu abuela. No necesitabas ser infectólogo para darte cuenta, hasta un pintor pedorro como yo entendía que había que quedarse bien tranquilito, pero ellos dale con el palito….”

Norbi esquivó primero al Flaco y su ensayo físico químico sobre las pandemias, pisó el plástico que estaba menos pintado que el piso, respiró hondo cuando logró llegar a la puerta y salió y mientras se ponía el barbijo a tono con su campera pensó, “Ojalá que termine pronto o se va a volver loco. Me cago en la pandemia”

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