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POR GREGORIO CARO FIGUEROA PARA VOCES CRÍTICAS

A dos siglos de Belgrano

Su honestidad jamás fue discutida. Era tan escrupuloso en el manejo de fondos públicos, “que hasta para las datas de la tesorería de tres y cuatro pesos firmaba las órdenes de su puño”

lunes 30 de diciembre de 2019

SALTA.- (Por Gregorio Caro Figueroa para Voces Críticas *) “Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”, dijo Belgrano sin falsa modestia. Aunque alcanzó con creces ambas condiciones, méritos y virtudes fueron menospreciados por sus contemporáneos.

Desaires que, enfermo en sus últimos días en Tucumán, llegaron a la agresión de mano de un oscuro capitanejo. Belgrano quería a Tucumán “como a mi propio país, pero han sido tan ingratos conmigo, que he determinado irme a Buenos Aires, pues mi enfermedad se agrava cada día”.

“Se vio abandonado de todos el general Belgrano, nadie lo visitaba, todos se retraían a hacerlo”, escribió su amigo Celedonio Balbín, que lo acompañó en sus últimos días. Belgrano musitó sus últimas palabras: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias. Ay, Patria mía”.

De su muerte solo informó uno los ocho periódicos de Buenos Aires. El único fue “El Despertador Teofilantrópico”, del padre Castañeda: “Es un deshonor a nuestro suelo, es una ingratitud que clama el cielo, el triste funeral, pobre y sombrío que se hizo en una iglesia junto al río, al ciudadano ilustre general Manuel Belgrano”.

Un año después “La Gaceta de Buenos Aires” pidió disculpas por aquel olvido. Por la agitada disputa de tres hombres por hacerse con el poder, las autoridades guardaron silencio ante su muerte.

Esa ingratitud lo siguió como la sombra al cuerpo. La Junta de Representantes aportó 300 pesos por “la indigencia” que padecía, pero antes de salir de Tucumán Balbín contribuyó con 3.000 pesos.

El Cabildo, que prometió dictar una resolución en su honor, dejó ese texto en el tintero. No se recordó ni tributó homenaje a quien consagró, con desinterés y honestidad, más de la mitad de su vida al servicio público, la independencia y organización del país. Ese reconocimiento llegó recién un año después de su muerte.

Cumpliendo su última voluntad, fue enterrado, amortajado con hábito de dominico en la iglesia de Santo Domingo. Sobre el sepulcro se colocó una losa de mármol con este epitafio: “Aquí yace el general Belgrano”. Pidió no ser enterrado dentro del templo sino junto a la puerta, “y de la parte de afuera”.

Quería recordado con el grado de general, no de doctor. En 1790, en carta a su padre, dijo que no haría el Doctorado en leyes. Tener Borla de Doctor es una ridiculez, añadió.

En plenitud de su vida, cuando aún no había desplegado todo su talento, San Martín no escatimó reconocimiento y admiración por este hombre de leyes y de letras que se improvisó militar: «Belgrano es el más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural. Créanme Ustedes es lo mejor que tenemos en América del Sur».

Para Sarmiento “Belgrano apareció en la escena política sin ostentación, desaparece de ella sin que nadie lo eche de menos, y muere olvidado, oscurecido, miserable”. “Casi treinta años transcurren sin que se mente su nombre para nada; y le generación presente ignoraba casi que Belgrano era otra cosa que el General vencedor de Tristán en Salta”.

En 1902 exhumaron sus huesos para colocarlos en el monumento donde actualmente descansan. Años antes del Centenario de su muerte de comenzaron a realizarse actos conmemorativos en Buenos Aires. En 1873 se inauguró la estatua ecuestre en Plaza de Mayo, y en 1903 el Mausoleo en el Convento de Santo Domingo.

En 1920, las Damas Patricias Argentinas invitaron a instituciones de todo el país a elaborar el programa para conmemorar el Centenario, y se constituyó una “Comisión Nacional de Homenaje al General Belgrano”, presidida por el general Pablo Ricchieri.

Por Ley 12361 del 8 de junio de 1938 se oficializó el día del fallecimiento de Belgrano como Día de la Bandera. En 1970, a 150 años de su muerte, se declaró Año Belgraniano. El año 2012, por el Bicentenario de la creación de la Bandera, recibió la misma denominación.

En 1920, la Cámara de Diputados de la Nación, aprobó el proyecto de Benjamín Villafañe, de Jujuy, y Miguel A. Aráoz, de Tucumán, adhiriendo al Centenario. Villafañe recordó que “por una extraña casualidad, Belgrano murió el día en que, hace cien años, hiciera crisis la descomposición nacional”.

También en 1920, Ricardo Rojas dijo duras palabras en el homenaje en la Universidad de Buenos Aires: “aquella muerte de Belgrano es un símbolo aleccionador; y no tenemos el derecho de rememorarla, si no ha de ser para confesar esa vergüenza de los argentinos, que dejaron morir en el olvido y en la miseria al argentino que más amó a su patria”.

Rojas fue más lejos: Esta apoteosis de Belgrano sobre la tumba del que creó nuestra bandera “y falleció en el oprobio, nada significaría en mis labios, si ella no implicara en los argentinos de hoy un acto de arrepentimiento. Porque yo no conozco manera más justa de glorificar después de la muerte a ese varón insigne, como lo es la de recordar la injusticia con que sus compatriotas lo trataron”.

Añadió: “Porque, de no confesar esa vergüenza en acto público de contrición, de más están los iconos del héroe, si han de ser ellos ornamentos de bazar, y de más las banderas, si han de ser ellas grimpolas de un festín”.

Su honestidad jamás fue discutida. Era tan escrupuloso en el manejo de fondos públicos, “que hasta para las datas de la tesorería de tres y cuatro pesos firmaba las órdenes de su puño”, dice Iriarte. Esa rectitud, “no solo dio nervio a la revolución, no solo la generalizó, sino que le dio crédito y la ennobleció”.

Cultivó con constancia y sin alardes las virtudes cívicas. Dijo a Rivadavia: “Nadie me separará de los principios que adopté cuando me decidí a buscar la libertad de mi patria amada, y como éste solo es mi objeto, no las glorias, no los honores, no los empleos, no los intereses, estoy cierto de que seré constante en seguirlos”.

Ricardo Rojas cerró este círculo diciendo: “Demoledores nos sobran: fue un arquitecto de la nueva morada lo que nos faltó. Con diez hombres como Belgrano, la democracia argentina aparecería en su génesis menos envuelta en sombras de caos y sangre de tragedia”.-
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(*) Miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia.

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