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POR CAROLINA MENA SARAVIA

Beata Ana Catalina Emmerick: las visiones que plasmaron “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson

Las últimas 12 horas de la vida de Jesucristo en la tierra se muestran con crudeza en el filme de Mel Gibson, basado en las visiones de la beata alemana

Semana Santa: "La Pasión de Cristo"

SALTA (Por Carolina Mena Saravia) La pasión de Cristo, narrada por la beata Ana Catalina Emmerick, es la base del filme del reconocido actor y director Mel Gibson. Nada librado al azar y todo por reafirmar. Los últimos momentos de la vida terrenal de Jesús fueron transmitidos en sus visiones, transcriptas por el famoso poeta del romanticismo alemán Clemens Brentano, el escritor “designado” por inspiración divina y transmitido a la santa mucho antes de que él apareciera en su vida.

“Las Sagradas Escrituras y las visiones aceptadas de La Pasión eran los únicos textos posibles de donde podía inspirarme”, reza el “Prefacio” de “La pasión. Fotografía de la película La Pasión de Cristo”, realizada por el sello Icon, de propiedad de Gibson, en 2004.

 

Desde el primer momento, el director centró su búsqueda en una exhaustiva exploración de la verdad, señalándola con la palabra “aletheia”, del griego, cuyo significado es ‘inolvidable’, buscando generar el recuerdo y la experimentación a través de los hechos basados en los textos evangélicos que relata la cinta.

Pero ¿quién fue la beata Ana Catalina Emmerick? Su aroma a santidad se expandió desde pequeña, cuando jugaba y evocaba sus visiones sobre distintos misterios de fe a sus ocasionales compañeros, con el convencimiento de que todos veían las mismas escenas que ilustraban sus pensamientos.


Pinceladas de su vida

Nació en Flamske, Westfalia, Alemania, en 1774 y murió en Dülmen, Alemania, en 1884, cuando tenía 49 años. Llevaba en su cuerpo el sufrimiento de los estigmas de Cristo, heridas sangrantes que la acompañaron desde los 24 años, haciéndose visibles en determinadas fechas del calendario. Hermana canonesa agustina, durante los últimos años de su vida permaneció en reposo, alimentándose solamente de la Eucaristía. El papa san Juan Pablo II la beatificó el 3 de octubre de 2004.

Sus pensamientos, riquísimos, muestran una claridad inusitada. Ríos de tinta transcriben sus visiones, hechos que relatan acontecimientos desde la vida de la Virgen María en su niñez, pasando por los dolores de Cristo en su pasión y muerte, hasta visiones que describen los momentos finales de la existencia del mundo.


La pasión del Señor en carne viva

Atrás habían quedado la última cena y la institución de la Eucaristía, la traición de Judas y el prendimiento de Jesús en el Huerto de los Olivos, luego de aquellos momentos de oración, en los que, en la más absoluta soledad, experimentó el sudor de sangre, el primer misterio doloroso del santo rosario.

“El Santo de los Santos fue así extendido con violencia sobre la columna de los malhechores; y dos de aquellos furiosos comenzaron a flagelar su cuerpo sagrado, desde la cabeza hasta los pies. Sus látigos o sus varas parecían de madera blanca flexible: puede ser también que fueran nervios de buey o correas de cuero duro y blanco”, relata Catalina Emmerick en la sección 8, del tomo 11, de “La amarga pasión de nuestro Señor Jesucristo”.

“El Salvador, el Hijo de Dios, verdadero Dios, y verdadero hombre, temblaba y se retorcía como un gusano bajo los golpes”, continúa, “sus gemidos dulces y claros se oían como una oración en medio del ruido de los azotes”.

Mientras, en ese escenario de laceración, los gritos proferidos por el pueblo y los fariseos se hacían oír, vociferando a Poncio Pilatos: “¡Que muera, crucifícalo!”, como un eco ensordecedor enrareciendo aún más el aire sepulcral que atestaba el lugar.

“Pasado un cuarto de hora, los sayones que azotaban a Jesús fueron reemplazados por otros dos. El cuerpo del Salvador estaba cubierto de manchas negras, lívidas y coloradas, y su sangre corría por el suelo. Por todas partes se oían las injurias y las burlas”.

El descarnado relato continúa, y las líneas estremecen más de dolor las palabras con las que Catalina describe el sufrimiento de Jesús: “Otros nuevos verdugos pegaron a Jesús con correas, que tenían en las puntas garfios de hierro, con los cuales le arrancaban la carne a tiras. ¡Ah! ¡Cómo describir este tremendo y doloroso espectáculo!”.

“El cuerpo del Salvador era toda una llaga. Miraba a sus verdugos con los ojos llenos de sangre, y parecía que les pedía misericordia; pero redoblaban su ira, y los gemidos de Jesús eran cada vez más débiles. La horrible flagelación había durado tres cuartos de hora […]”.

Durante la flagelación, la beata Catalina vio “muchas veces ángeles llorando alrededor de Jesús”, oyendo su oración por nuestros pecados, ascendiendo al Padre, confundiéndose con los golpes que seguían propinándole los flageladores. Un dolor indescriptible, inhumano, imposible de resistir. Cuando Jesús estaba tendido al pie de la columna, la visión de un ángel que le presentaba “una cosa luminosa que le dio fuerzas”, pareció llevarle auxilio en el mar de odio. “Los soldados volvieron, y le pegaron patadas y palos, diciéndole que se levantara”.

De esta forma continúa la descripción de los últimos momentos de vida terrenal del Salvador. En pocas horas más, a las tres de la tarde, la hora nona, expiraría, temblando la tierra y desgarrando el velo del templo. La voluntad de Dios se había cumplido, y con ello la salvación del hombre era una realidad.

Contemplando la “Piedad del Vaticano”, la escultura en mármol de Carrara del artista del Renacimiento italiano Miguel Ángel Buonarroti, donde se ve a la Madre de Dolores, la Virgen María, acariciando el cuerpo inerte de Jesús que descansa en los pliegues de su cálido regazo, alcanzamos la paz en la belleza de este insondable misterio. Jesús ya no sufre, su muerte trajo la salvación a la humanidad, y en los albores del tercer día, el domingo de Pascua, resucitó en su gloria celestial

 

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