Apuntes poco conocidos del Congreso de Tucumán de 1816

EDITORIAL (Redacción Voces Críticas) Básicamente, se tiene en el imaginario colectivo, al 9 de Julio de 1816 como una fecha titulada en los almanaques como “Fiesta Cívica”, y su mención trae a la memoria de los ciudadanos la inmediata imagen de un grupo de hombres vestidos de levita alzando sus galeras con alborozo, mientras en el medio, sobre la mesa un circunspecto Narciso Laprida firma un documento: El Acta que declara la Independencia.

La historia de esta Historia, en realidad comenzó un tiempo antes, cuando hubo que buscar y elegir la casa apropiada para las deliberaciones. La elegida fue la casona de Francisca Bazán, que obviamente era distinta en su interior a lo que hoy muestra el Museo en que se convirtió.

En los hechos, las sesiones comenzaron el día 24 de marzo de ese año de 1816, asistiendo a las jornadas inaugurales 33 diputados que representaban a zonas que hoy tampoco existen en el mapa argentino como Charcas –hoy parte integrante de Bolivia, mientras que las provincias del Litoral –Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe) no enviaron representantes debido a su enfrentamiento con Buenos Aires, ya que para entonces formaban parte de la Liga de los Pueblos Libres con la Banda Oriental bajo dominio del caudillo José Gervasio de Artigas.

¿Cuál fue el sentido del Acta?

El sentido fundamental de aquella reunión fue la de separarse definitivamente, romper todo lazo político subsistente con la Corona española para afirmar la voluntad de “investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”, frase que como es conocido, fue rematada con el agregado posterior de la inscripción “y de toda otra dominación extrajera”. Se manifestaba por primera vez en un documento la idea de emancipación.

Esta de la “emancipación”, constituía una categoría muy importante para aquellos hombres si de hablar de independencia se quería. Dentro de una teoría organicista como la que por entonces mucho consideraban al Estado, significaba “adquirir la mayoría de edad” en todos los ámbitos. Era pues, “vivir sin tutela”.

Había en este concepto de emanciparse una clara influencia de “El Contrato Social” de Jean Jacques Rousseau, es decir, las ideas del Iluminismo francés tomaban forma de Documento en las tierras sudamericanas.

Cavilaban aquellos hombres ideas como transmisión de saberes, cultura popular y sobre todo la de construir una ciudadanía, algo desconocido en las tierras del Plata hasta ese momento. Ese vivir sin tutelaje, es decir, ser un “sujeto político”, reconocido ante el mundo, una aspiración todavía buscada en muchas sociedades modernas, era ya en 1816 parte de aquella conversaciones.

Construir una ciudadanía tenía también el sentido de adquirir una igualdad ante la ley, una categoría jurídica que ya había inaugurado la Constitución de los Estados Unidos. Todo esto en los hechos significaba que los hijos de españoles, los criollos podrían acceder a los cargos públicos, un derecho hasta allí denegado por la Monarquía de España. Esto tenía también un impacto directo en las clases más bajas que podían pensar en demandas y oportunidades de ascenso social. La Independencia no sólo representaba sacudirse formalmente el yudo de España sino además desafiar el sistema de castas sociales que todavía permanecía vigente.

En definitiva, la Independencia declarada en Tucumán, tuvo un impacto social superador –ampliamente- de aquel que tuviera el 25 de Mayo de 1810, ya que mientras aquel movimiento sólo fue promovido por la clase más esclarecida de Buenos Aires, la Declaración de la Independencia fue el reflejo de la voluntad de todos los pueblos del interior del país, hasta entonces postergados en sus aspiraciones de sentirse a la altura de los derechos y garantías que se gozaban en Buenos Aires.

De allí que pueda decirse con toda fuerza que el 9 de Julio de 1816 no es una “Fiesta Cívica” sino el real nacimiento de la Patria Argentina.