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POR CAROLINA MENA SARAVIA

Gustavo Ibarguren y el arte de vestir a la Virgen de Urkupiña

Esta devoción de gran arraigo en el norte de nuestro país guarda estrecha relación con las raíces de nuestro ser patrio

Virgen de Urkupiña
sábado 14 de agosto de 2021

SALTA (POR CAROLINA MENA SARAVIAUn clima de paz reina en el ambiente. La serenidad de las manos laboriosas de Gustavo Ibarguren, imaginero virreinal por excelencia, dejan entrever la premura para finalizar el nuevo ajuar de la Virgen de Urkupiña, una devoción que año a año se arraiga en la querida Salta, a pesar de no ser oriunda de nuestro terruño.

No es la primera vez que Ibarguren se entrega con alma y vida a cuidar a la Virgen de Urkupiña. Su promesa se afianzó hace ya diez largos años, cuando intervino la talla llegada a Salta y se comprometió a resguardarla y cuidar su ajuar, dándole mayor calidad plástica a la imagen. Hoy, en tiempos pandémicos, eligió hacer frente a los obstáculos y engalanarla con todo el boato que la madre de Dios merece.

“Vestir a la Virgen no es un oficio simple”, explica Ibarguren. Define esta labor como “un arte, el arte de vestir a la Virgen. No es sencillo, hay que tener en cuenta los colores litúrgicos y respetar las tradiciones marianas”. Por eso, este año, a pesar de la pandemia, decidió donar un exquisito vestido en color verde de brocato de seda natural inspirada en los modelos de la corte española de la Casa de Austria, con pasamanería y encajes elaborados con hilos de oro y blondas de hojillas de oro, provenientes de Sevilla, cuna de las más rancias tradiciones en el arte de la imaginería y conservación de lo que a estas alturas, sobre todo, en Semana Santa, es ya una marca registrada del sur de España.

“El Alto Perú, lugar de dónde es oriunda la devoción de la Virgen de Urkupiña, no nos es extraño. Recordemos que Bolivia formaba parte de nuestro territorio. Bolivia siempre fue nuestra, también nuestros antiguos linajes descienden de allí”, relata. La piedad popular lo obligó a rever y aceptar la paleta de brillantes colores con que la gente vestía a su “Madrecita”, así fue como, poco a poco, consideró que era esa la manera como el pueblo la homenajeaba, “con lo que mejor tiene y como mejor considera”.

La destreza de Ibarguren es seguida a pie juntillas por su ayuda de cámara, que se apresta a coser con sus delicadas manos las joyas y los anillos que la Virgen de Urkupiña luce en sus delicadas manos. Honra a uno de los más exquisitos oficios que alberga la más pura tradición eclesiástica.

La aparición en Quillacollo

Los dones que la Virgen de Urkupiña derrama son inmensos. Así lo atestigua su camarero mayor, y no es el único que se vio bendecido por la lluvia de gracias que derrama a quienes la veneran.

Allá por el ocaso del 1700, en un pequeño poblado al sur de Quillacollo habitaba una humilde familia de pastores, cuya hija se encargaba de llevar a pastar el rebaño de ovejas de su propiedad. Su tarea era ejecutada con una disciplina rigurosa, pero una mañana la rutina diaria espabiló con la presencia de una hermosa señora que cargaba en sus brazos un niño de belleza sin igual.

Las orillas del río de Sapinku fueron el escenario ideal para la presentación y las largas conversaciones que mantenía esta fulgurante señora con la niña en quechua, el idioma que ella hablaba, mientras la pastorcita se divertía con su hijo chapoteando alegremente en las cristalinas aguas. Era el mes de agosto, época en que se recuerda la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, evocación de la Virgen de Urkupiña.

Ante las reiteradas tardanzas de la niña, los padres, intrigados, acudieron a ver con sus propios ojos a aquella hermosa mujer que jugaba y dialogaba con su hija. Al ver la tardanza de la niña, una misteriosa imagen fue vista escalando el cerro, y ante la exclamación en quechua de la pastorcita: "Jaqaypiña urkupiña" (de “urku”, que en quechua significa ‘cerro’ y “piña” ‘ya está’), la imagen desapareció en una misteriosa bruma.

Ese es el origen del nombre y de la devoción que se arraigó en Cochabamba, Bolivia. En ese lugar se construyó una capilla, y la multiplicación de favores atribuidos a la Virgen hicieron que esta propagara por todo el mundo.

 

“Platita, casita o autito”, entre las peticiones más solicitadas


Es vox populi que gran cantidad de los fieles acude a la Virgen de Urkupiña para pedirle “platita, casita o autito”. ¿Cómo es que esta curiosa solicitud fue pasando de boca en boca entre los feligreses? Cuenta la tradición que, en la década de 1970, la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, tuvo un auge económico estrepitoso, y la bonanza de los comerciantes era atribuida a los favores con que la Madrecita bendecía a los prósperos comerciantes que veían acrecentados sus ingresos.

De allí que las peticiones se multiplicaron solicitando este tipo de bienes materiales, aunque no es lo único que los fieles requieren, salud y trabajo ocupan un lugar muy importante, así como también el agradecimiento por los favores recibidos, cumpliendo las promesas realizadas el año anterior, acudiendo al novenario y a la procesión del 15 de agosto.

No es casualidad que la fiesta de la Virgen de Urkupiña se lleve a cabo el día de la Asunción de María a los Cielos, más exactamente podríamos afirmar que es una consecuencia de ello. La Dormición de la Virgen, como también es conocida esta fiesta en la Iglesia ortodoxa, evoca el último instante de María en la tierra, cuando finalizada su existencia fue elevada en cuerpo y alma a los cielos, y desde allí intercede ante su amado hijo Jesús por los hombres.

Así la recuerda un soneto del poeta malagueño Pedro de Espinosa, nacido a fines del siglo XVI: “Por manto el Sol, la Luna por chapines, / llegó la Virgen a la empiria sala / visita que esperaba el Cielo tanto. / Echáronse a sus pies los serafines, / cantáronle los ángeles la gala, / y sentóla a su lado el Verbo santo.

El Empíreo es su hogar, desde donde derrama bendiciones a la tierra, aquella que habitó con su Hijo, convirtiéndose en la pieza clave para la redención de la humanidad, y por lo que es considerada corredentora, reconociendo su papel clave en la fundación de la Iglesia, la que los apóstoles propagaron después de la muerte y resurrección de Jesús.

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