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OPINIÓN

¡No es posible seguir matando en nombre de Dios!

¡No es posible seguir matando en nombre de Dios!
miércoles 25 de octubre de 2023

POR ERNESTO BISCEGLIA.- El mundo asiste a otra escalada de violencia en la Franja de Gaza, un estrecho trozo de territorio de 40 kilómetros de largo ubicado entre Israel y Egipto. En el mes de diciembre del año 2008 ya supo registrarse un ataque importante desde Gaza hacia Israel mediante el lanzamiento de misiles, nunca como hasta ahora se había concretado una invasión tan finamente programada y de modo tan sofisticado. La diferencia es que ahora las consecuencias pueden ser impredecibles... o quizás no.


Otra escalada de violencia en la Franja de Gaza, un estrecho trozo de territorio de 40 kilómetros de largo ubicado entre Israel y Egipto, antiguamente una provincia de lo que se conocía como Palestina en tiempos que estaba bajo dominio británico (1917-1948). Cuando se crea el Estado de Israel (1948) y se sucede la guerra árabe-israelí, ese espacio estuvo administrado militarmente por Egipto. Ocupada por Israel en 1967, permaneció así hasta 1994 en que se firmaron los Acuerdos de Oslo, una serie de acuerdos negociados entre el gobierno de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) liderada entonces por el recordado Yasser Arafat. En virtud de este Acuerdo el gobierno palestino duraría cinco años, excluyéndose en ese momento cuestiones delicadas como Jerusalén, los refugiados, los asentamientos israelíes y la delimitación de fronteras. La Autoridad Nacional Palestina recibió entonces el 80% del territorio.

Ese territorio -La Franja de Gaza- es una de las regiones más densamente pobladas del planeta, una superficie de 360 km2 donde vive casi un millón y medio de palestinos y varios miles de israelíes. Según estimaciones de la ONU, dos tercios de la población vive por debajo del nivel de pobreza y las condiciones de vida son extremadamente duras.

Después que el pasado 7 de octubre el grupo islámico Hamas irrumpiera desplegando una violencia inusitada y lanzara miles de cohetes hacia territorio israelí, el gobierno judío respondió con un ataque aéreo contra edificios de esa organización provocando una verdadera catástrofe humanitaria.

Hasta aquí la información objetiva, pero ahora, la pregunta sería ¿Quién predispone este escenario para que se provoquen estos desmanes humanitarios? Porque para nosotros, occidentales que leemos cómodamente estas noticias, no son más sucesos lejanos en distancia y en razón, porque al fin, ¿qué tenemos que ver con que árabes y judíos se masacren alegremente?

Nos vienen entonces a la memoria los versos de Bertold Bretch cuando escribió:

"Primero se llevaron a los negros
pero a mí no me importó porque yo no lo era.
Enseguida se llevaron a los judíos
pero a mi no me importó porque yo no lo era.
Después detuvieron a los curas
pero como yo no soy religioso tampoco me importó
Luego apresaron a los comunistas
pero como yo no era comunista, tampoco me importó
Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde."

Mientras leemos estas líneas hay seres humanos muriendo bárbaramente, hombres, mujeres y niños cuyo único delito fue nacer en Palestina. También están muriendo judíos que van al trabajo o están compartiendo un almuerzo con su familia en un restaurant y una bomba los borra de la vida. “Pero a mí no me importó, porque no yo soy judío ni menos árabe”; y nos olvidamos de que el conflicto nos tocó dos veces la puerta en la Embajada de Israel y en la AMIA.

Los pueblos no se exterminan porque sí. Detrás de todo conflicto a lo largo de la historia millones murieron para satisfacer los intereses de unos pocos. La patria, la ideología, la religión sólo son los pretextos. Las decisiones las toman unos pocos, sí.

Hace décadas que el Medio Oriente se ha convertido en el polvorín sobre el cual está sentada toda la Civilización "Occidental y Cristiana" y el entrecomillado hace alusión de que a la vista de los hechos pareciera que cada vez somos menos occidentales y menos cristianos. Como ocurre con el mar, son oleadas de violencia, una tras otra, hasta que venga finalmente, fatalmente el tsunami.

Unos luchan por Alá, los otros creen en Yahvé, más allá, aquellos veneran los sitios que pisó Jesús. Los primeros se han embarcado en una Yihad (Guerra Santa), los segundos creen estar reeditando la epopeya de Moisés para hacerse de la Tierra Prometida y en escenario donde ya todo es posible hasta un día podría hallarse a un Papa llamando a nueva Cruzada. No este Papa, por cierto.

Ahora, lo que demuestra que estas guerras obedecen a los más oscuros intereses económicos y geopolíticos urdidos por un pequeño clan de bastardos, es que la paradoja existencial resulta de que estos tres pueblos que se disputan hegemonías teológicas, doctrinarias y territoriales, provienen de desprendimientos del mismo tronco abrahámico. Los tres pueblos descienden del patriarca Abraham, el "Padre de los fieles" (Génesis 12-17).

Existe una ligazón entre judíos, cristianos y musulmanes. Los cristianos en materia de fe somos judeocristianos. La Iglesia Católica llama a los judíos "Nuestros hermanos mayores" y los musulmanes, según confiesa el Profeta Muhammad (Mahoma), recibieron su fe de manos del Arcángel Gabriel, el mismo de la Anunciación cristiana y su fundador reconocía a todos los patriarcas del Antiguo Testamento, incluso a Cristo, de quien dice que era el mayor de los profetas. Por eso, en el fondo de esta lacerante realidad campea el fanatismo religioso utilizado con fines geopolíticos estratégicos.

Esto está así. La tierra de la primera Revelación es donde se está jugando la carta definitiva de la Historia y no hay que tener miedo en decirlo. A lo largo de los tiempos las guerras han ido circundando el orbe hasta que el nudo gordiano se ha establecido en esa, la Tierra Santa, allí donde comenzó la Revelación y donde se iniciaron las razas: la Mesopotamia. Israel es el enclave estratégico, sin duda, pero de qué; no de un capítulo terminal de la Historia sino de un choque de intereses internacionales. No sólo está a un tiro de piedra de las reservas petrolíferas que mueven a Occidente sino que la región es la palestra donde las potencias librarán su combate final por controlar el planeta. Dios es únicamente un pretexto.
 
Los capitales del imperio occidental son mayoritariamente judíos, por lo tanto, Israel es el “tesoro” a cuidar. Ocupado Irak, el Irán se convierte en la avanzada contra el “Satán Occidental” apoyado por Rusia y parte de las republiquetas que quedaron dispersas luego de la caída del comunismo, sólo que esas pequeñas repúblicas al estar en su momento dentro un marco estratégico intercontinental tenían depositados en sus territorios silos con misiles nucleares, ergo, tienen capacidad nuclear que trafican con Irán que trabaja a paso redoblado para incrementar esa capacidad bélica, todas naciones islámicas o mayormente. Desde el Oriente asoman los chinos, que seguramente irán por lo que quede cuando todos se destrocen, incluso sus vecinos inmediatos Pakistán y la India que también poseen armamento nuclear.

En síntesis, el fanatismo de unos utilizado convenientemente por la política de otros está alimentando este caldero a punto de estallar.

El conflicto incluso está danto motivo también para interpretaciones escatológicas que han inundado las redes sociales. Esos "profetas del Fin de los Tiempos" se basan en textos como el que señala que: “Será Satanás soltado (…) y saldrá a seducir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog -la zona sur de la actual Rusia y parte de Ucrania-, y a reunirlos para la guerra, numerosos como la arena del mar” (Ap. 20, 7-8).


Más adelante leemos: “cercaron el campamento de los santos y de la Ciudad Amada” (Ap. 20, 9). Algo a lo que el profeta Ezequiel ya había hecho referencia (cf. 38 y 39), muy citado en estos días ya que Israel está rodeada por el Líbano al norte, Siria y Jordania y hacia el sur Egipto, todos vecinos con los cuales mantiene un permanente estado de conflicto.


Sin embargo, como “Sólo el Padre conoce la hora” (Mt. 24, 36), toda elucidación que pretendamos corre el riesgo de ser una aventura milenarista.


La realidad, no obstante, presenta un tablero donde hablar de una próxima guerra de religiones no deja de ser una tentación.

Pero mientras todas estas elucubraciones hacemos, hay gente que sigue muriendo, palestinos e israelíes que a diario conviven pacíficamente, que trasponen el muro levantado para ir a trabajar a Israel, colonos que habitan tierra palestina. Judíos que hacen amigos árabes, matrimonios mixtos, médicos judíos que atienden pacientes palestinos, judíos que comen en restaurantes de árabes y viceversa, infinitos casos de hombres y mujeres que a diario visitan el Santo Sepulcro, oran frente al Muro de los Lamentos o visitan la mezquita de Omar, ahí, a metros unos de otros, que seguramente se unen para pedir por la paz al mismo Dios que por razones culturales recibe nombres diversos y al que otros utilizan para asesinar, ultrajar, depredar e invadir territorios.

Este episodio encendido por los terroristas de Hamas que no son el pueblo palestino y que sacude a las conciencias de los hombres de buena voluntad, ojalá inspirara a combatir la pobreza no sólo material sino también la cultural y la más severa, la espiritual. Porque cuando esa barrera pueda ser superada, el hombre dejará de ser “lobo del hombre” para reconocer en el otro un mismo “yo”, el "alter ego" aristotélico, un prójimo, y será quizás cuando se cumpla aquello del Onceavo Mandamiento: "Amaos los unos a los otros" (Jn. 15,12-17); por ahora una utópica expresión de deseo.


Ese día será cuando hayamos vencido el egoísmo y la tentación de sentirnos superiores. Cuando hayamos conocido al otro en su cultura y aprendamos de ese que es distinto, que es diverso, en realidad es UNO solo en la constitución existencial del Espíritu.

Debemos pensar que, si un día aquel conflicto se generaliza, cuando el humo de las detonaciones se disipe, el que quede en pie será el dueño del mundo y dentro de ese mundo restante, estaremos nosotros... o no. Pero allí, en ese momento volverán a sonar aquellas palabras: “Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde”.

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