Última hora

POR GLADYS A. COVIELLO

Las carretas tucumanas y el tesoro escondido

“La más relevante manufactura artesanal de la colonia”

Carretas. Imagen ilustrativa
jueves 19 de agosto de 2021

(Por Gladys A Coviello) Elvira, nuestra madre nos repetía:

- Ustedes tendrán un tesoro que nadie podrá quitárselos.

Con mi hermano Alfredo buscábamos el tesoro de monedas de oro que debía estar escondido en algún lugar de la casa. Pasando las puertas blancas de “Ave María”, entrábamos al cuarto de los estantes, que así llamábamos a la habitación oscura, donde todas las paredes recibían en sus anaqueles de madera, aquellos objetos en desuso que se no debían tirarse. Atrás de la puerta de entrada al cuarto, había un enorme armario blanco que contenía cintas anchas moradas con letras doradas grandes que pertenecieron a las coronas recibidas cuando mi padre murió. Un rectángulo grande sobre ese armario permitía ver la continuación de la habitación y por él entraba algo de luz. Varias veces intentamos meternos en ese espacio, donde suponíamos estaba oculto el tesoro, pero era imposible.

Muchos años pasaron hasta que empecé a encontrar las monedas de oro: en la última página del libro El lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima 1773. Dice que 70 ejemplares sobre papel regall especial, numerados del I al LXX se han impreso en los Talleres Gráficos de Guillermo Kraft, Buenos Aires, mayo 1942. El supuesto autor Calixto Bustamante Carlos Inca, Concolorcorvo, (indio neto color ala de cuervo) mantiene el humor, el sarcasmo y la aguda visión de los siglos XVII y XVIII en este libro de viajes.

Esas monedas de oro-libros-únicos contienen la presencia de mi padre en sus anotaciones escritas en las márgenes hechas con lápiz azul y me permiten conocer sus opiniones.

Tucumán era el lugar ideal para fabricar carretas. El bosque pedemontano en la ladera oriental de la Sierra del Aconquija, que divide Tucumán de Catamarca, proporcionaba los materiales ideales para fabricar las carretas. Hasta los 750 m s.n.m abundaban ejemplares de tipa, cebil colorado, cedro, horco cebil y se encontraban nogales, lapachos quebracho y otros árboles de buena madera entre los 10 y 12 m de altura.

Durante los siglos XVII y hasta mediados del XIX, las carretas proporcionaban el transporte y comercio entre el Alto Perú y el puerto de Buenos Aires. La mano de obra artesanal contenía 400 hombres registrados: indios de Lules, tonocotes y diaguitas en menor cantidad reproducían los modelos de las carretas españolas. La diferencia estaba en el ensamblaje con tarugos porque al no existir fraguas todo debía salir de la madera.

Una carreta tenía ruedas de 2,10 de altura y su eje 3,10m. El pértigo era una viga de 6,20m y un yugo de 2,10 unían a los bueyes. Los laterales se cubrían con juncos tejidos y 6 estacas a los costados sostenían el techo ovalado recubierto por cueros de toros. Las ventanillas una frente a otra permitían la ventilación.

La vida de una carreta muy bien construida duraba dos años por el maltrato de los caminos. Las fabricadas en Mendoza eran más anchas porque la senda lo permitía a diferencia del viaje por Tucumán donde los montes espesos estrechan el camino.

Las carretas de carga no tenían puertas traseras. Marcos Aguinis describe la mudanza de una familia desde Tucumán a Córdoba:

Sobre las gigantescas ruedas se elevaba la impresionante caja revestida de cuero (…) varios peones se acoplaron a la servidumbre y empezó el desfile de arcas y muebles que fue engullendo esa ballena de los caminos. Aldonza, con indisimulable tensión, imploraba que levantasen con cuidado ese escritorio y que depositasen con dulzura aquel cofre, que no golpearan los bordes torneados del armario y ataran bien los apoyabrazos de unas sillas. Varias mesas, calderas, almohadones, recuerdos, frazadas, ollas, camas, jergones, ropa, candelabros, alfombras, lágrimas, bacinillas, petacas y vasijas caminaron aceleradamente desde el interior de la casa al interior de la carreta. La gesta del marrano.

“Las tropas del Tucumán”, se llamaban a la colección de carretas que viajaban juntas periódicamente. Las carretas eran tiradas por cuatro bueyes que se fatigaban con el calor del sol. Salían muy temprano. Paraban a las diez. Se hacía el rodeo protector contra pumas e indios. Se desunían los bueyes para que comieran, bebieran y descansaran hasta las 16 horas. Igual trato recibían los pasajeros quienes se protegían a la sombra de los árboles o techos improvisados con lonas unidas a dos carretas. Algunos llevaban asientos plegables de lona. El viaje continuaba hasta las 22 o 23 horas y según el estado del tiempo, la marcha seguía hasta el amanecer.

Una carreta soportaba la carga de 150 arrobas. Se sumaba una tinaja grande de agua, maderas para arreglos de las carretas, más el peón. El total era de 200 arrobas. Los criados llevaban carpitas plegables para usar en tiempos de lluvia y poder guisar.

Al salir de Tucumán, la fuerza caudalosa del agua más las piedras arrastradas por los ríos Tapia, Vipos, Chucha y Tala que debían cruzar, ponían a prueba el temple de los animales. Así los describe Concolorcorvo:

Así como algunos admirarán la resistencia de los bueyes rocines de Mendoza, se asombrarán del valor de los bueyes de Tucumán viéndolos atravesar caudalosos ríos presentando siempre el pecho a las más rápidas corrientes, arrastrando unas carretas tan cargadas(…) A la entrada manifiestan alguna timidez, pero no retroceden ni se asustan de que las aguas les cubran el cuerpo, hasta los ojos, con tal que preserven las orejas (…) ha sido para mí este espectáculo uno de los más gustosos que he tenido en mi vida. Al principio creí que aquellos pacíficos animales se ahogaban indefectiblemente, viéndolo casi una hora debajo del agua y divisando sólo las puntas de sus orejas.

SEGUÍ LEYENDO
Últimas noticias
MÁS LEÍDAS