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FIESTA DE LA MISERICORDIA DIVINA

El domingo 24 de abril es el Día de Jesús Misericordioso: te contamos cómo vivir esta fiesta

La fiesta de la Misericordia es un don de Dios para este siglo tan convulsionado; donde abunda el pecado, sobreabundan la Gracia y Misericordia Divina

Fiesta de la Misericordia divina

SALTA (Redacción Voces Críticas) Mucho más que una celebración temporal, que una conmemoración de un tema, en este caso la misericordia, la fiesta de la Misericordia es el día de Jesus misericordioso, es una participación de la fiesta del Cielo, de la gozosa alegría de Dios por la Redención de la humanidad realizada en la Pascua. En este día la Santísima Trinidad nos comparte Su Gozo y Alegría por ver a gran parte de la humanidad renovada por la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, Segunda Persona de esta Trinidad Divina, consigna Cristo Hoy.

Por eso, las mismas palabras del Señor a santa Faustina son una invitación a dejarnos colmar del gozo celestial, del consuelo divino que excede toda cruz y todo sufrimiento. Con estas palabras se refería el Señor a esta Fiesta: “Hija mía, di que esta Fiesta ha brotado de las entrañas de mi Misericordia para el consuelo del mundo entero” (Diario de santa Faustina, n. 1517).

 

Dejarnos llenar de El

Esta fiesta es un don de Dios que viene a derramar el bálsamo divino, el consuelo sobre las almas afligidas, sobre los corazones heridos. Y lo hace al modo divino; no es una fiesta al modo humano, donde prevalece la acción del hombre y su entusiasmo, sino que en ella prevalece el obrar de Dios que redime, que sana, que eleva, y en la que toda la acción del hombre es “dejarle hacer”, recibir, dejarse llenar de la Misericordia Divina.

Por eso, para vivir este Día de Gracia, lo que el Señor pide insistentemente es abrir el corazón por la verdadera confianza: “Las gracias de mi Misericordia se toman con un solo recipiente y éste es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las almas que confían sin límites son mi gran consuelo, porque en tales almas vierto todos los tesoros de mis Gracias. Me alegro de que pidan mucho, porque mi deseo es dar mucho, muchísimo. Me pongo triste, en cambio, si las almas piden poco, estrechan sus corazones” (D-1578).

 

Tres grandes dones

Todo esto prometió el Señor para este día de fiestael perdón total de las culpas (confesión), de las penas (indulgencia plenaria) y todo un mar de gracias. 
“Quien se acerque ese día a la Fuente de Vida, recibirá el perdón total de las culpas y de las penas” (D-300).

“Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de mi Misericordia [...]. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata” (D-699).

 

Fiesta en la Casa del Padre

Al igual que en la parábola del hijo pródigo, el Padre Eterno hace una gran fiesta porque a través de la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo, ha recuperado a sus hijos. Y lo primero y más grande que le da es el perdón de los pecados (de las culpas): no solo lo perdona sino que lo hace gozoso y sin recriminarle toda su maldad. Además, no lo hace padecer hasta “reparar” los daños y pérdidas ocasionadas (las culpas), ni en lo material ni en lo afectivo; y, tercero, lo llena de dones y de regalos como si lo estuviera premiando (un mar de gracias).

Pero, ¿desconoció el Padre los pecados de su hijo y la gravedad de estos? De ninguna manera. El hijo, ¿volvió por amor al Padre o a los bienes perdidos? Volvió porque tenía necesidad, pero el Padre supera con su amor el desamor de su hijo. Así es Dios, aunque vayamos con deseos y preocupaciones temporales, El nos colma de las mayores gracias: el perdón de los pecados y todo lo demás.

 
Vivir en plenitud este día

Atendamos a lo que nos pide el Señor, es decir, cómo volver cada día más como un hijo pródigo a recibir todo el Amor y la Misericordia de Dios: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de mi Misericordia [...]. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas” (D-699). Así debemos participar: confesión sacramental (incluso una semana antes), comunión eucarística (en ese día; sólo en estado de gracia) e ilimitada confianza en su corazón compasivo y generoso.

 

Cómo abrirle el corazón

Atendamos a lo que nos dice el Señor sobre el primer gran paso que debemos dar: “Cuando te acercas a la Confesión, a esta Fuente de mi Misericordia, siempre fluye sobre tu alma la Sangre y el Agua que brotó de mi Corazón y ennoblece tu alma. Cada vez que vas a confesarte, sumérgete toda en mi Misericordia con gran confianza para que pueda derramar sobre tu alma la generosidad de mi Gracia. Cuando te acercas a la Confesión debes saber que Yo mismo te espero en el confesionario, sólo que estoy oculto en el sacerdote, aunque Yo mismo actúo en tu alma. Aquí la miseria del alma se encuentra con Dios de la Misericordia.

Di a las almas que de esta Fuente de la Misericordia las almas sacan gracias exclusivamente con el recipiente de la confianza. Si su confianza es grande, mi generosidad no conocerá límites. Los torrentes de mi Gracia inundan las almas humildes. Los soberbios permanecen siempre en pobreza y miseria, porque mi Gracia se aleja de ellos dirigiéndose hacia los humildes” (D-1602).

Escuchemos el gemido del Corazón de Cristo que nos dice: “Diles a las almas que no pongan obstáculos en sus propios corazones a mi Misericordia que desea muchísimo obrar en ellos. Mi Misericordia actúa en todos los corazones que le abren su puerta” (D-1577).

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