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POR LEANDRO PLAZA NAVAMUEL

Las falsedades históricas en torno al doctor Victorino de la Plaza

Las falsedades históricas en torno al doctor Victorino de la Plaza

SALTA (Por Leandro Plaza Navamuel para Voces Críticas) Algunos pocos han recordado el centésimo octogésimo tercer aniversario del natalicio del doctor don Victorino de la Plaza, acaecido en la ciudad de Salta el 2 de noviembre de 1840 y que dejó de existir en Buenos Aires, en la madrugada del 2 de octubre de 1919, víctima de una neumonía gripal. No obstante, por ignorancia o por alguna otra razón y como es costumbre en cada homenaje, no se deja de insistir en numerosos hechos falaces sobre su vida y origen.

Cabe considerar que la justa evocación a un hombre ejemplar para la sociedad argentina, programada con una aparente idea inicial de homenajearlo, expresada a partir del desconocimiento, la mentira y la deformación de la historia, no se corresponde a un homenaje apropiado y auténtico. La mayoría de las veces, he lamentado tener que leer inaceptables errores cascadas. El “error cascada” se entiende por la copia de otros que escribieron esos errores y que nunca se corroboran, continuando reiteradamente con la falsedad histórica y dándola por cierta.

Cuando presentamos nuestro libroDon Victorino, el ciudadano ejemplar” (*) en Casa de Salta, en Buenos Aires, en noviembre de 2018, advertí que los “mitos” literarios que tanto gusta leer y escuchar, no se condicen con la realidad histórica:

Hace un tiempo, un escritor, dueño de una revista cultural de la ciudad de Salta, me pidió que escribiera para esa revista una breve biografía de don Victorino, pero me advirtió:

- Leandro, por favor no te olvides de poner que Victorino era un coya que vendía empanadas y dulces y que voceaba diarios en la plaza 9 de julio. ¡Mirá que eso a la gente le encanta…!, aseguró.

Mi respuesta desde luego fue, que con todo gusto escribiría un artículo sobre el doctor don Victorino de la Plaza, cuya personalidad se forjó en el estudio y en el esfuerzo tenaz y continuado, distinguiéndose por la inmensa fe en sí mismo y en el porvenir de la Nación, pero eso que me pedía no lo podía poner porque no era cierto. Ipso facto el dueño de aquella hoy desaparecida revista cultural, abrió sus ojos enormes e incrédulos, perdiendo todo interés al respecto y me pidió que escribiera un artículo sobre la vitivinicultura, materia que yo venía trabajando desde hacía tiempo.

Innumerables libros y artículos de autores reconocidos de todo el país insisten en difundir absurdos frecuentes a partir de su nacimiento y origen pero, vamos por parte: Don Victorino, no nació en Payogasta, tampoco en Cachi (en lo que tanto se insiste), de donde eran sus abuelos y hundía sus raíces. Nada podemos hacer con la visión foránea de lo nuestro, si desde Salta difundimos lo que no es cierto.

La patraña sobre el origen y niñez de don Victorino de la Plaza instalada desde hace muchos años, no es la historia de su vida. Si bien su familia tenía posesiones en Jujuy y Salta, es muy posible que la prematura muerte de su padre haya provocado en ese hogar una situación de estrechez económica, como las que tuvieron que afrontar Sarmiento y tantos próceres de nuestra Patria.

Luego de años de absolver los innumerables adjetivos de toda índole para descalificar al expresidente, con mi padre, hemos tratado de desenmarañar el tema en “Don Victorino. El ciudadano ejemplar” (2016) para que nunca más se vuelva sobre lo mismo.

Fuera del esfuerzo en una obra completa que creemos haber logrado, ese punto es uno de los que nos llevó a encarar el libro, cansados de todo aquello peyorativo que se le achaca. Nada de todo eso desmerecería su personalidad, ni su capacidad, ni su “humildad como virtud cristiana”; pero aquello, se pergeñó para desacreditarlo, no para enaltecerlo, y lo digo porque si de algo sabemos los genealogistas, basados y respaldados siempre en documentos, es sobre eso.

Para poner punto final a tantos mitos, es necesario destacar públicamente que don Victorino de la Plaza no pertenecía a “una familia humilde”, es decir a “una familia de condición social modesta o pobre” tal se señaló hasta el hartazgo, pues todo lo contrario, fue miembro de una de las Casas que más hijos y fortunas aportó para procurar y consolidar los grandes principios de la Nación Argentina, la que provenía consecuentemente de un antiguo linaje patricio que se forjó y cubrió de honras tanto en los tiempos de la conquista como en la magna gesta por la libertad de América (entiéndase del absolutismo monárquico o despotismo ilustrado de origen francés, que no era compatible con los valores heredados, hasta dar el primer paso hacia la Independencia de España).

Sus antepasados por vía paterna, de hondas raíces vascas se remontaban en suelo americano a los primeros conquistadores, pacificadores y pobladores en el Cuzco, mientras que por vía materna, entre otros, descendía de varios pacificadores, fundadores y primeros pobladores, entre los que se cuenta al menos dos de los más significativos testigos que suscribieron el acta de la fundación de Salta el 16 de abril de 1582. Por eso vale insistir, que don Victorino de la Plaza se entroncaba tanto por el lado paterno como por el materno a genuinas familias patricias, que gestaron la gran hazaña de nuestra historia fundacional.

Al margen que por sus venas hayan corrido algunas gotas de sangre indígena, como la de todos aquellos que se precien de pertenecer a familias hispano-criollas sustentadas en aquella legítima conciencia de pertenencia y posesión a partir de esos entronques fundadores, cabe poner los puntos sobre las íes en que don Victorino de la Plaza, no era un indio, no era un coya, no era de una familia humilde, y tampoco el absurdo que se apellidaba así porque de niño fue recogido en la plaza 9 de julio, sino porque Plaza era su linaje. Todos estos disparates y más, los instalaron como ciertos sus adversarios políticos, quedando aquellas creencias y repetidas falsedades históricas desperdigadas hasta nuestros días en todo el país.

Un conocido político y escritor difunde un libro sobre Victorino de la Plaza donde insiste en “las adversidades de una niñez pobre”. Mientras que otros, no menos pretensiosos machacan en que “surgió de un hogar muy humilde y sin embargo, logró ocupar los más altos cargos de gobierno”, desafortunada frase, por cierto.

Ni qué hablar de aquello que resulta más alarmante aún por la repetida afirmación de un doctor en historia, en el sentido que “Victorino era un niño colla, huérfano de padre, que vendía descalzo en la plaza de su Salta natal las empanadas que su madre cocinaba con empeño (...). En los ratos ‘libres lavaba la ropa de sus compañeros más pudientes para obtener unas monedas’, hasta que logró emplearse en una escribanía”, no puedo dejar de señalar que esto último, con absoluta falta de rigor científico deja mucho que desear en la pluma de un profesional que se ha doctorado en historia. En este punto, debe advertirse que el joven Victorino ya ostentaba en Salta el título de escribano público y de número y apenas llegado a Entre Ríos gestionó la reválida rindiendo nuevos exámenes, obteniendo de este modo el registro de escribano público en esa provincia, legitimado por un decreto del gobernador Urquiza.

Una nueva y sorpresiva arremetida vemos hoy de un autor salteño, que positivamente leyó nuestro “Don Victorino, el ciudadano ejemplar” pero que indudablemente no lo comprendió, o bien, por su falta de rigor, no quiso reconocer las evidencias. Este autor publicó un libro asaz difundido en 2022 a través de una institución educativa privada, sosteniendo porfiadamente entre otras simplezas, que “Victorino de la Plaza fue un ciudadano ejemplar, nacido en Salta en 1840, ‘en un hogar humilde’, y, merced a su esfuerzo, a su capacidad intelectual y a sus grandes méritos, llegó a ser presidente de la Nación”, por lo que deduje que, si bien la ‘humildad’ es una de las virtudes cristianas que se opone al pecado de la soberbia, evidentemente deberemos seguir soportando la estupidez humana.

A aquellas mentiras, se fueron agregando otras desusadas como la del muy difundido libro del aludido político y escritor, donde proclama “que para poder afrontar la dureza de la vida tuvo que vender los dulces que la mamá preparaba”, señalándolo como “un precursor de lo que hoy llamamos el “canillita”, porque “don Victorino voceaba los diarios en la ciudad de Salta (…) mucho antes que Florencio Sánchez”. Nada más necio y descaminado, porque en 1850, cuando Victorino contaba con 10 años, Salta no tenía diarios, solo periódicos. Había suscripción y se enviaba a domicilio. La figura del “canillita” en Salta pertenece al siglo XX, porque primero se instaló en los grandes centros urbanos y mucho más tarde en el interior, lejos había dejado don Victorino su niñez cuando aquello sucedió.

Por si faltase algo para atribuirle, le inventaron la paternidad de un niño que prolongaría su descendencia, pero lo cierto es que no tuvo hijos legítimos, ni “naturales” tal le han endilgado injustamente, esto se repite y redunda sin reflexionar, o quizás, reflexionando, pero maliciosamente. Sus descendientes y herederos son los hijos de su hermano Rafael, no otros.

Resulta igualmente fastidiosa la insistencia de su condición de “mestizo” como si fuese una característica exclusiva ¿quién no lo es y orgullosamente en la América Hispana? Efectivamente en estos tiempos de disfrazadas confusiones y demagógicos mensajes ideológicos, es oportuno tener en cuenta que entre los hijos de ese mestizaje, con una profunda tradición hispano-cristiana y aborigen, se hallaban los antepasados de casi todos los próceres americanos.

*Rodolfo Leandro Plaza Navamuel

Académico de número del Instituto de

San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta

Miembro fundador, de número y presidente del

Centro de Investigaciones Genealógicas de Salta

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